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dominiquevernay

Baile de manos

Baile de manos

El cabo Hopkins repartía las cartas con la izquierda, pero acariciaba los muslos de mi madre con la derecha. Mi padre, que las repartía con la que fuera, prefería la izquierda a la hora de pellizcar a Matilde, la doncella. Tía Sole alisaba los pliegues de su larga falda gris alternando la una con la otra, y a Don Abel, el párroco, nunca se las veía, ocupadas, las dos, con las pastas que tía Sole le tenía reservadas.  

Escondido debajo de la mesa, con los codos clavados en la alfombra y las dos manos sujetándome la barbilla, yo observaba muy quieto aquel extraño baile de manos

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