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dominiquevernay

Roxina y yo

Roxina y yo

–El fin de semana pasado estuve en Viena en casa de una amiga y, salvo por una tontería de nada, lo pasamos muy bien. A mí no me gusta llegar a casa de nadie con las manos vacías; como a Cova le gustan mucho los peluches le llevé una vaca, recuerdo de los Picos de Europa. Le encantó. En el avión no tuve problemas aunque el animal fuera de tamaño casi natural; si algunos pueden viajar con ensaimadas era evidente que yo también podría hacerlo con mi vaca. Y así fue. Pero los problemas empezaron en el metro.

Con las nuevas reglas impuestas a los usuarios del metro de Viena, me las vi y me las deseé para saber en qué vagón subirme con Roxina –así la había bautizado–. Una vez sentada en el que me había parecido ser nuestro vagón: "pasajeros con animales", noté cierta hostilidad por parte de mis compañeros de viaje, por aquella manera que tenía Roxina de acomodarse contra mi regazo y por ese pasar mío constante e inconsciente de mano en su piel afelpa. Tanto es así que, a la primera parada que hubo, las dos fuimos expulsadas de dicho apartado, apedreadas por miradas y comentarios de fácil interpretación, aunque ninguna de las dos supiéramos hablar alemán. De nuevo en el andén, esperé a que llegase otro tren de la línea que nos llevaría a casa de Cova, con la esperanza de encontrar, sin demasiada dificultad, el vagón especial para "enamorados tocones y besucones", y que quedase suficiente sitio para las dos. Cuando creía estar de suerte y antes de que Roxina hubiese podido poner una pezuña en dicho vagón, todos interrumpieron sus morreos para señalar las ubres del animal, al descubierto, evidentemente. Entendí, pues, que aquel tampoco era nuestro sitio, y me dirigí al vagón de cola, el de las "desnudeces". Para ser admitida Roxina no tuvo problema –con unas ubres tan hermosas, ¿quién iba a fijarse en unos cuernos?–; en cuanto a mí, tuve que desvertirme del todo, cosa que no me hubiera importado demasiado de no haber sido por las corrientes de aire... De Viena traje un buen catarro. La próxima vez que vaya, escogeré otro tipo de regalo para Cova... Tal vez una caja de bombones.

–De chocolate blanco.

–Perdón, ¿qué me decía?

–De chocolate blanco.

–Sí, sí, tiene usted razón, mejor que sea blanco. 

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