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dominiquevernay

En niño, el guijarro y el lunes

En niño, el guijarro y el lunes

-¡Vamos, despierta!...

-¡Vamos, levántate!...

-¡Vamos, vístete!...

-¡Vamos, desayuna, lávate los dientes, ponte el anorak, anda más rápido!...

-¿Y ahora qué?, ¿qué te pasa? Vas a llegar tarde.

La mano del niño acaba de dar con la piedrecita que encontró en la playa, ayer, domingo, mientras paseaba. Ahí está, escondida en el bolsillo de su anorak, tan suave, tan redondita como un caramelo.

-¡Vamos, que la seño te va a reñir!

El niño aprieta con fuerza el guijarro en su mano.

-¡Deja de gritarme!... que si no... si no... -le dice a esta voz que le ladra de continuo y, sacando aquel trocito de domingo cálido en su mano, sigue amenazándola.

-¡Deja de molestarme o... o tiro esta piedrecita para que veas!...

Entonces, el pequeño arroja el tesoro pétreo que vuela de rabia hasta estrellarse demasiado lejos.

-Pues mira que bien -le dice la voz-, te quedaste sin la piedra.

El pecho de niño se llena entonces de una pena que pesa lo que mil guijarros, mientras su mano vuelve a un bolsillo vacío.

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