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dominiquevernay

Fanfa y yo

Fanfa y yo

Un buen día se esfumó y no supe más de ella en diez años. Era mi mejor amiga, que no por nada se había ganado el apodo de Fanfa(rrona) en el instituto, y si por una parte su desaparición me dolió, por otra fue una especie de liberación; en aquella época yo no tenía nombre propio, todos me llamaban « la amiga de Fanfa».  

Trabajo de cajera en un supermercado y, aunque los jefes nos manden ser amables con los clientes, nos recuerdan que lo único que nos debe importar de ellos son sus manos; una vez comprobado que tienen los dedos necesarios para el trajín ese de sacar, colocar, recoger, buscar, abrir, cerrar... ¿para qué querer saber más? Y por esa razón no me fijé en Fanfa, hasta oírla decir al que la acompañaba «yo lo suelo comprar en otra tienda mucho mejor»; de la emoción tuve que sentarme en esos taburetes altos que tenemos las cajeras, pero que solo podemos utilizar en caso de muerte súbita. 

Después del montón de estupideces, que se suelen decir en esos tipos de reencuentros, quedamos —o quedó ella, no lo recuerdo— en vernos al día siguiente.  

—En el bar de siempre —me dijo. 

—Se quemó hace ya cuatro o cinco años —le contesté. 

—Pues en el de al lado —me dijo. 

—Vale —le contesté. 

—A la una —me dijo. 

—Vale —le contesté. 

Diez años son muchos años, o pocos, según y cómo se mire, y sentada frente a Fanfa y a una cerveza «de importación, riquísima» que me estaba sabiendo a rayos —yo prefiero las claras con casera—, tuve la extraña sensación de que se me iban encogiendo las piernas, los brazos, los dedos... a la vez que encogían también aquellos diez años.           

Mientras tanto Fanfa hablaba, hablaba... dándose "humos" como siempre lo había hecho y, cuando me quise dar cuenta, ya tenía ante mí al camarero presentándome el tique como un cura la ostia. Otra vez lo había hecho la muy puta, y me tocaba pagar.  

(Escrito para los Viernes Creativos de Fernando Vicente, foto de Silvia Grav)

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