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dominiquevernay

Una mañana cualquiera

Una mañana cualquiera

Abre los ojos. Por el velux de su dormitorio, cuya persiana nunca cierra del todo, entra una tímida luz de amanecer. Una nube pasa en su trozo de cielo, y la mujer recuerda que hoy tendrá que ir a hablar con la profesora de su hijo.

—Tengo que hablar urgentemente con usted —le dijo—, pero ahora no puedo, tendrá que ser mañana a primera hora.
Pasan dos gaviotas. Se persiguen gritando. Dos histéricas. Sí, lo reconoce, su hijo es trasto pero es buen chico y no será para tanto. Tal vez con otra profesora...
La estela de un avión deja un profundo surco en su parcela celeste. Hace un año, un año justo que él se fue y que les dejó a los dos.
—Es muy buen chico —le dirá a la profesora—, solo que echa mucho de menos a su padre.
El velux de su dormitorio, cuya persiana abre del todo ahora, es la pizarra en la que cada mañana escribe el borrador de su día a día.

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