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dominiquevernay

La partida

Como todos los domingos juegan la partida en la tienda-chigre* del pueblo. La palabra pueblo resulta algo grande para las únicas dos o tres caserías que siguen vivas. Muertas, hay más de treinta.

            —Me cago en el as de bastos —gruñe el Andrés de los de la finca grande—. ¿A qué venimos aquí, a dar a la lengua como muyeres* o a jugar la partida?

            La Maru sigue trajinando detrás del mostrador del que intenta borrar, con una bayeta mágica de esas, los cercos pegajosos que dejan los vasos de «culines» de sidra en la madera. Hace mucho que no se ofende por tantas babayadas de homes*, pero a la hora de opinar, opina. Así es que rompe el silencio que el Andrés de los de la finca grande ha conseguido restablecer y, sin dejar su meneo de bayeta que repercuta en su generoso pecho, dice que a ella le presta* un montón que se hayan instalado aquellos bichos de viento, que no recuerda nunca cómo los llamaban los «genieros» y obreros que pasaron por su chigre mientras duraron las obras, pero que, ¡bendita carretera que nos abrieron en el bosque tan cerrado ese, que miedo daba tener que cruzarlo para ir a la parada del autobús!

            —En eso sí que lleva razón la mi muyer —reconoce Fermín.

            —Que recuerde, también hubiera* buenos momentos en aquel bosque tan cerrado. Que el viento no solo hace girar aspas, también levanta faldas, y eso, Dios me perdone, menuda energía que le da a uno.

            —Anda, Tuerto, que ahí en la cocina está la mi nieta, calla un poco la boca.

            Al Tuerto, que llaman así porque es tuerto, le da todo igual, pero a la Maru se le han subido los colores y se abotona la blusa un poco más arriba de lo que le suele gustar. Ha sido como un gesto reflejo.

            No falta mucho para que sea noche cerrada cuando entra Antón, el pastor, con Perro, que llama así porque es perro. Acerca una silla a la mesa de la partida. Perro se tumba a su lado. La Maru despacha un vaso de vino al hombre y una caricia al perro. Antón es más de vino que de sidra. Se lo dijo una vez a la Maru y fue suficiente. Mira las cartas que van cayendo sobre la mesa con la misma regularidad que el hacha en un tronco.  

            —¿Y a ti, Antón, qué te parecen esos molinos de vientos que nos van a facer* ricos?

            Se ríen sin esperar a que responda Antón. Él los mira con unos ojos tan achinados que solo se ven dos chispas azules. En su familia eran todos rubios con ojos claros, pero ya solo queda él. Hace bien poco «entérrose» su hermano. En el funeral estuvo igual que ahora frente a la mesa de la partida, mirándolo todo con esos ojos que, de tanto sol y frío como aguantaron, ya no pueden abrirse del todo y dan a su rostro la misma expresión de quien se parte de la risa o está a punto de echarse a llorar.

            El silencio de nuevo interrumpido por los hachazos y, de repente, la voz amable de Antón que ninguno recordaba.

            —A mí gústanme, y a Perro y a las oveyes* también. Siéntome al lado de las torres, ye* como escuchar el ruido que fai* la mar. Una vez, de rapaz*, fuera a verla.

 

 

                                               Mini léxico de Bable

Chigre: bar

Muyer: mujer

Babayadas de homes : tonterías de hombres

Prestar: gustar

Hubiera: empleo del subjuntivo en vez del pretérito perfecto simple de indicativo.

Facer: hacer

Oveyes: ovejas

Ye: es

Fai: hace

Rapaz: muchacho.

(Escrito para #palabrasalviento, de Zenda.)

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