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dominiquevernay

Como el mundo en un charco, una historia en la página de un diario

Como el mundo en un charco, una historia en la página de un diario

Domingo 2 de febrero 2014

Hoy es un día muy aburrido. No hemos podido salir a la calle por el viento y la alarma roja. No estoy castigada, pero parece que sí. Estoy encerrada en la salita en casa del abuelo Juan, pero mamá y papá dicen que no es por nada malo que haya hecho, que luego me lo explicarán, que confíe en ellos. No entiendo nada. Los oigo cuchichear a través de la puerta e ir de un lado para otro. Mientras, me aburro como una ostra. A mí me gustan las ostras; mamá dice que es un poco raro que a una niña tan pequeña les gusten esos bichos... Las ostras son como mocos blandos.

            De vez en cuando papá entra en la salita con cara muy seria y me repite que no me preocupe, que no pasa nada, que no es culpa mía y que lo va a solucionar. No sé de qué me habla. Yo no estoy preocupada. Es normal que los cristales se rompan con el viento y que el abuelo se haya cortado; siempre quiere que le pongamos junto al ventanal del salón para ver el mar y los barcos que entran en la ría. Tendrán que llamar al ventanalero para que lo arregle. Es normal también que Silvia se haya caído del susto por el disparo. ¡Jopelines!... ¡Vaya ruido! Como mil, no, como cien mil globos de cumpleaños explotando a la vez. Pero no sé por qué me han tenido que sacar a toda prisa del salón. Yo quería ver cómo le curaban las heridas al abuelo.

            El abuelo nunca llora, pero nunca se ríe tampoco. Yo le hubiera cantado «cura, cura...», y seguro que no habrían tenido de ponerle esas cosas que escuecen tanto ni tiritas... A mí me gustan las tiritas rosas, son tiritas de princesas. Ayer Adrián llegó al colegio con una tirita de Spiderman en la rodilla, es un quejica y nunca quiere jugar al pilla pilla. Es tonto.

            Seguro que Silvia ya está bien y que está preparando su maleta para marcharse. Quiero despedirme de ella, pero mamá me ha dicho que la chica –mi madre siempre la llama así– no quiere despedirse de nadie, que es una ingrata. No sé lo que quiere decir esta palabra tan rara, pero estoy segura de que ser ingrata es algo feo, como ser mentirosa o ladrona. Pero Silvia no es así. El abuelo no está tan triste desde que Silvia lo cuida, ni tan enfadado con sus piernas que ya no quieren funcionar. Pero si Silvia se va... A mamá seguro que le va a encantar. El otro día, le dijo a papá por lo bajini que Silvia era una puta... bufff... ¡vaya palabrota! Seguro que si la digo yo, me castiga una semana sin chuches, y eso es un castigo tan malo como el susto que me llevé al disparar sin querer con la pistola de Silvia. Yo solo quería ver cómo funcionaba. Mamá y papá parecían muy contentos de haberla encontrado escondida en la habitación de Silvia, sobre todo mamá que le dijo entonces al abuelo –con esa risa tan rara que le sale cuando se ríe torcido– que a ver si de una vez por todas echaba a esta colombiana de casa... «Colombiana» debe de ser como «ingrata» o «puta». Pero el abuelo no contestó nada. Bueno... sí, murmuró algo y se puso tan triste como después del accidente cuando le dijeron que la abuela María había muerto, con la misma cara que la del hombrecito de la señal de trafico que hay cerca del instituto, cuando se vuelve de la playa de San Juan. Papá me pregunta siempre que cómo quiero que esté: «¿contento o triste?»... Yo digo: «contento», y, entonces, papá frena; pero a veces acelera para que se le ponga la cara triste y hacerme de rabiar. Me lo paso bien con papá. Con mamá también, pero un poco menos.

            Cuando se me pasó el susto por el disparo, corrí hacia Silvia para ver si, de verdad, la había matado sin querer. Entones papá gritó: «noooo... » muy, muy fuerte, con la boca y los ojos como el lobo de Caperucita Roja cuando se va a comer a la abuela, y me cogió en brazos para sacarme del salón. Y ahora no sé lo que hacen y me aburro... Me aburro, me aburro, ME ABURRO, ME ABURRO... MEA EL BURRO... ¡Qué gracioso! Le voy a contar este chiste al abuelo para que se ría un poco. Pero más tarde, porque ahora no me van a abrir; me ha dicho mamá que si me quedo muy quieta un rato más me comprará la mochila Hello Kitty que está en Arlequín. Voy a ver si veo algo por el ojo de la cerradura. Ahora vuelvo.

            Nada.

            Me parece que les oigo arrastrar una cosa pesada por el suelo. No sé por qué tanto misterio. Parece que estamos en Reyes y que papá y mamá esconden regalos en el salón sin que yo los vea. Dicen que aunque ya no crea en ellos –por culpa de mi amiga Irene que es una cotilla y que se quiere hacer la mayor– ellos seguirán haciendo como cuando era pequeña. La seño nos dijo que a eso, que es un poco como mentir, se le puede llamar «fingir»...

            Acaba de salir mamá de la habitación para decirme que falta muy poco para que volvamos a casa. ¡Menos mal porque tengo aún deberes que hacer para mañana! ¿Y sabes qué?... Estoy muy contenta porque va a venir el abuelo con nosotros, hasta que el ventanalero arregle el cristal del salón y que mi madre le encuentre otra cuidadora. Dice mamá que Silvia se ha ido para siempre, y volvió a decir que era una ingrata, que quería robar TODO el dinero del abuelo. Me lo dijo varias veces, muy despacio, como cuando la seño nos dice que leamos silabeando. A mí me gusta mucho este ejercicio. Luego mamá me hizo prometer que no hablaría nunca de la pistola. «No era más que una pistola de juguete y el disparo, uno de mentira, solo ruido», me dijo.

            Pues vale.

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