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dominiquevernay

Por detrás

Por detrás

He cambiado de peluquería pero... ni cambiando. A mí me gustaría encontrar una en la que cada butaca estuviera separada de las demás por un biombo o un murito, y no tener que ver los dedos de los pies de la señora de al lado, abiertos en forma de abanico y separados los unos de los otros con trocitos de papel de aluminio mientras se los van «amasuñando». No puedo evitar pensar que son como diez diminutos extraterrestres malvados que mandan información a una nave nodriza y que, con las pintas que tenemos, recibirán en breve la orden de aniquilarnos. 
Ya sé que son imaginaciones mías y que soy una malpensada, pero no me puedo creer eso de que las muecas que hace la peluquera cuando se acerca a mi —por detrás— para juguetear con mechones de mi melena, estirando, soltando, estirando, soltando... sean signos de verdadero interés por conseguir hacerme más guapa, y me pongo a temblar cuando entre suspiros y estalliditos de globos de chicle con olor a fresa me dice:
—A ver lo que se puede hacer.

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