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dominiquevernay

La siesta

La siesta

En cuanto nos dan las vacaciones de verano, mi madre saca los bártulos para ir a la playa, así como su estúpida regla de las siestas obligatorias después del almuerzo.

       —La playa cansa mucho. 

       Protesto, pero no sirve de nada, y por una vez mi padre no se pone de mi parte. Él también insiste en que les deje en paz. Se ve que a los dos les encanta la siesta.

       Tengo calor, la cama es un horno y tengo que cambiar constantemente de posición para no quemarme. Levanto un brazo, luego una pierna, ahora bocabajo con las dos piernas extendidas, ahora boca arriba con las dos recogidas y las rodillas en forma de montaña. Balanceo la montaña hacia la derecha, hacia la izquierda, la derecha, la izquierda, despacio... despacio... Ahora, un poco más rápido, más...  

       —¡Anda, ya puedes levantarte! —me dice mi madre que entra de sopetón y de muy buen humor en mi habitación.

       —No te creas, estoy un poco cansada —le contesto con una vocecita que no me reconozco. 

       —¿Qué te ocurre? A ver si tienes fiebre.

       Mi madre me toca la frente, mientras yo sigo apretando muy fuerte las dos laderas de mi montaña.

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