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dominiquevernay

El eructo

Bucear en la charca que había junto a la casa azul —después de emborracharse del aire de aquel aserradero de chicharras—, llegar hasta su fondo de lodo, remover en él hasta encontrar la anilla del sumidero, tirar de ella y dejarse engullir era su única salida. A veces el lago regurgitaba un brazo, una pierna… Todo se guardaba en grandes neveras por si un día. Éramos un pueblo de precavidos.

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