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dominiquevernay

A la deriva (por Salinas)

A la deriva (por Salinas) Safe Creative #1111080472461

Después de varios días de bochorno ha llegado el mojabobos, una lluvia fina que  los de fuera menosprecian.

            –¿Un paraguas para tan poco? ¡Qué exageración!

            Haré pues como los turistas, dejaré el chubasquero en casa y volveré calada.

            A esta lluvia se la llama también orvallo. Cuando cae sobre la ciudad, la apresa, la deja tan inmóvil como aquellos mundos de bolas de cristal con sus nevadas de mentira. ¿Dónde están los olores de Castilla, limpios, rotundos, con un romero que no quiere ser otro que romero? Aquí, al contrario, esta lluvia de aspersor lo empapa todo: los sonidos se acolchan, los colores se apagan y los olores hinchados desbordan hasta mezclarse formando amalgamas de dudoso acierto.

            Poca gente por la calle principal de este lugar –casi ciudad, casi pueblo– y que desconozco por sabérmelo de memoria. Puedo ir con los ojos cerrados sin darme de bruces contra el semáforo que salpica de luz naranja mis noches de insomnio ni contra aquel contenedor cuyo pedal nunca funcionó; las bolsas de basura se van amontonando junto a su panza.

            Cada mechón de mi pelo se ha convertido en canalón y sacudo con fuerza la cabeza para desprenderme de tanta agua. Ha sido un movimiento enérgico, como los que desencadenan falsas nevadas en bolas de cristal. Me siento ahora tan ligera como uno de esos copos de nieve de poliespan. Me elevo hasta lo alto del monte.

             Con el dedo, sigo el recorrido de la calle principal allí abajo. Serpentea en paralelo a una línea de edificios de doce pisos de altura. Al igual que la basura furtiva contra la panza del contenedor, se irguen contra la del monte sin reparo en haber tenido que darle unos buenos bocados, para sus jardincitos de acompañamiento. Cada invierno, después de días de temporal, esas heridas sangran; el monte no es traidor y recuerda que no permanecerá impasible por mucho más tiempo.

             La historia de este sitio es la de un pueblo que quiere ser ciudad y para ello no ha dudado –ni duda– en podar, cortar, suprimir. Por eso tal vez, el monte que lo acogió con tanta generosidad antaño, lo teme ahora y huye hacia el mar, haciéndose acantilado en su cara norte.

             Con la vista sigo el vuelo de una gaviota despistada. Con ella me poso en la playa. Por un lado, la duna a la que se quiere poner puertas; se ríe y sigue su camino. Por el otro, una hilera de chalés. Escondidos tras muros y setos parecerían gigantes muertos regurgitados por el mar, si no fuera por el palpitar rojo del corazón de sus alarmas.

            Una ligera brisa del oeste se ha levantado, barre el orvallo.

            Emprendo mi vuelta a casa por la parte más antigua del pueblo –ante todo marinero– quien, en otros tiempos, solo tenía una aspiración: sobrevivir. Es una calle estrecha, bordeada de plátanos, la que anduve en sentido contario y que me llevó por primera vez –hace más de treinta años– frente al mar que me conquistó.

            En el último tramo del recorrido, me dejo envolver en las sombras de un jardín recreativo recién inaugurado. Cuenta con un parque biosaludable, nombre grandilocuente para una pequeña zona reservada a la práctica del ejercicio al aire libre.   Hoy no queda ningún valiente frente a volantes, timones, bicicletas, remos, andadores, elípticas, barras paralelas... A mi paso, parecen tender sus largos brazos metálicos hacia mí, como zombis en busca de una presa.

            No muy lejos: el parque infantil. Los columpios se mecen en la brisa del atardecer y los goznes de sus cadenas se quejan. Creo reconocer a un niña subida en uno de ellos.

            –¿Por qué no te columpias conmigo? –me reta con la mirada seria detrás de su flequillo – ¿Acaso ya no sabes?

             Miro a mi alrededor. Los zombis avanzan, vienen a por mí. Solo me queda una salida: sentarme en el columpio y subir lo más alto que pueda, ser de nuevo copo de nieve de poliespan, de nuevo gaviota... no, mejor aún, ser de nuevo niña.            

 

 

2 comentarios

dominique -

...y eso que no te lleve hasta el parque de los zombis... :-(

Berta -

Ahhhhhh..ahora sí que lo veo claro! Un paseo precioso!