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dominiquevernay

A la manera de Gerhard Ritcher

A la manera de Gerhard Ritcher

Llevo varias horas sentada al ordenador, estoy cansada. 
—Voy a pasear, ¿me acompañas? —le propongo a F.
Le miro mientras da los últimos toques a una marina. Pespuntea de blanco el borde de una ola; el pincel firme en su mano capaz de hacer y deshacer tempestades. Le envidio. De repente, barre de una sola pasada de espátula el cuadro aún fresco y se aleja del caballete para mirar el resultado de lo que, para mí, ha sido un arrebato de insensatez. Inmóvil, con la espátula en la mano ligeramente alzada y los ojos entreabiertos, observa el lienzo; parece un espadachín calculando el sitio exacto para una última estocada.
—¿Por qué lo has hecho?
—¿El qué? 
—Pues, emborronarlo todo después de tantas horas de trabajo. Está todo borroso, desenfocado. 
Apenas si me escucha. Se acerca de nuevo al caballete, deja la espátula y aplica nuevas pinceladas precisas sobre lo que se dispone a «recomponer», me explica, «y a descomponer de nuevo», y esto hasta dar con una idea, un sentimiento.
Suspiro. Pasearé sola.
Ya fuera, y sin proponérmelo, he llegado hasta la Peñona. Observo el mar. Al cabo de unos minutos el viento que sopla racheado me obliga a entrecerrar los ojos y a agarrarme a la barandilla del mirador. El viento, como la espátula en la mano de F. Descomponer, recomponer, sentir.

(Óleo sobre lienzo de F.C)

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