Carnaval
Sin necesidad de disfraz, la infancia pasa jugando a ser otros; pero nunca resulta grotesco.
Pintas
Su casa era la mejor del pueblo: dos balcones con vistas a la calle Mayor.
--Un sitio inmejorable, repetía Don Anselmo, cada vez que podía ser espectador de palco real en cabalgatas, procesiones, y manifestaciones carnavalescas de todo tipo: políticas, religiosas, sociales, culturales…
Ese día, Don Anselmo sabía que era una fecha importante y consultó una guía que le habían dado en el casino.
--Antonieta, prepárate que hoy es Martes de Carnaval y a las ocho tenemos desfile de carrozas.
Últimamente, Antonieta se despistaba un poco con las fechas, las horas y las cosas en general pero, a las ocho menos cuarto estaban listos y abrieron de par en par los dos balcones, cada uno el suyo, Doña Antonieta era demasiado gruesa como para que se las arreglaran con uno solo.
El aire helador que entró en el comedor no les pilló desprevenidos. Se habían abrigado como para resistir a dos horas de frío polar. Don Anselmo había optado, siempre bajo la supervisión de su señora, por sacar de su funda con olor a naftalina el abrigo de las grandes ocasiones, el más caliente, un abrigo de cheviot ligeramente entallado y con trabilla en la espalda. Luego, una bufanda más informal de rayas rojas y amarillas le tapada lo poco que aún se le veía de la cara, una vez colocado el gorro de orejeras peruano, marrón y con dibujos de llamas, que su nieto le había traído de un viaje por aquellas tierras. Debajo del abrigo sobresalían las perneras de su pijama de franela de rombos y en los pies, los Nike de suela de aire con los que daba sus largos paseos de jubilado, le permitirían aguantar las dos horas de pie.
Ella, había optado por lucir de manera excepcional su abrigo de visón que le llegaba hasta los pies. Con el despiste de las horas seguía con los rulos puestos; con un viejo fular de florecitas verdes a modo de casco, evitando así las corrientes de aire entre rulo y rulo, la cabeza de Doña Antonieta tenía el aspecto de un capullo de gusano de seda gigante.
Al igual que les ocurría cada vez que llegaban con media hora de antelación a sus citas en el ambulatorio, empezaron a impacientarse.
-- Ya no existe la puntualidad hoy en día.
--Así va el mundo… asentía Doña Antonieta.
Poco a poco la calle se iba llenando de gente disfrazada.
--¡Pero qué grotescos van todos! comentó Don Anselmo.
--Y que lo digas... ¡cada año más grotescos! recalcó Doña Antonieta.
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