Habitación 307
(Relato escrito partiendo de veinticinco palabras* escogidas al azar entre todos los alumnos de un taller de Escritura Creativa— Salinas 2010)
*todas en negrita en el texto
Se despertó sobresaltada y quiso incorporarse en la cama, con la misma ansia con la que el buceador en apnea rompe en mil pedazos, la superficie del agua para emborracharse de aire; pero su dolor de cabeza era tal, que se dejó caer de nuevo en la almohada. Aún tenía los ojos cerrados, sin embargo, por el olor, por la luz tamizada que le llegaba a través de los párpados, supuso que estaba en un hospital.
—¿Por qué estoy aquí ?, ¿qué me ha pasado?
—Tranquila, todo está bien -le respondió alguien, a la vez que sintió cómo una mano amiga apretaba la suya.
—Soy su terapeuta y si no le importa vamos a seguir con lo de ayer.
No recordaba ni que hubiera habido un ayer y al no conseguir ponerle cara a la voz masculina (agradable, pero con una pizca de impaciencia) que se dirigía a ella, entreabrió los ojos en su dirección.
—Se acuerda ¿no? Le voy diciendo una palabra y usted me dice lo que le sugiere; hágame caso, solo así se podrá poner bien.
Estaba demasiado cansada para oponerse al hombre que tenía ante ella. De baja estatura, su bata blanca le llegaba hasta los pies y su pelo blanco a lo Einstein le daba un aspecto de genio.
—Prenda íntima -dijo él.
—Caro -murmuró ella dócilmente.
—Desesperación.
—Ahora.
—Huída.
—Inútil.
—Fragor.
—Mar.
—Expectativas.
La joven se quedó callada; todo aquello le parecía una solemne tontería pero el hombre de la bata blanca insistió:
—¡Expectativas!
La chica se puso a llorar.
—Deme tiempo por favor… no me atosigue con más jueguecitos y dígame, ¿qué estoy haciendo aquí?
No llegaba a entender lo que ocurría, y sintió una ola de miedo que la helaba por dentro.
El hombre la miró con sorpresa como si sus lágrimas hubieran dado peso específico a su persona y la descubriera ahora. Entonces aquel loquero empezó a hablar con vehemencia del destino que nos suele jugar malas pasadas y, aunque su discurso tuviera cierta coherencia, la paciente tuvo una terrible corazonada: algo grave le había ocurrido y no sabían cómo decírselo; pero tal vez era mejor que no supiera nada, estaba cansada y solo quería dormir.
El terapeuta seguía hablando y hablando.
—Pronto volverá a ser la de antes, ahora bien, no se haga ilusiones, no lo conseguirá si no se muestra receptiva… confíe en mí.
—Vale -contestó en un suspiro.
—Sigamos pues -dijo el hombre ahora eufórico.
—Amores.
—Verano.
—Quimeras.
—Fantasía.
—Ideales.
—Posible.
—Rutina
Volvió a cerrar los ojos. Nunca se había sentido tan desamparada. No quiso contestar y se prometió no decir una palabra más a esa especie de payaso de bata XL; empezaba a sospechar que aquel hombre no era quien decía ser, pero él dale que dale…
—Credos… ¿qué le viene a la mente si le digo credos? Y a lúdico ¿qué me contesta?…¿ y a ultimátum? ¿ y a objetar? —la instigaba ahora; se había puesto de pie y cogiéndola por los hombros la sacudió con fuerza.
—¡Suélteme, me hace daño! —gritó la chica asustada.
Menos mal que en aquel preciso momento entraba otro hombre de bata blanca… un hombre joven, corpulento, de cara bondadosa.
—Pero Julián ¿se puede saber qué haces por aquí?, deja a esta señorita en paz -y, mirándola añadió:
—Discúlpale, es un paciente de la tercera planta y siempre consigue escaparse… le encanta hacer de psiquiatra.
El falso terapeuta se había quedado inmóvil y su mirada se había apagado. Se fue hacia la puerta arrastrando los pies… ahora parecía mucho más mayor.
Una semana después la joven salía del hospital; se sentía mejor, habían contestado a todas sus preguntas y sabía ahora que, fuera de ese hospital, le esperaba un mundo nuevo… tendría que ser fuerte.
Tal vez por eso quiso retrasar su marcha y subió a la tercera planta, la de los enfermos psíquicos, para ver a Julián, el paciente de la 307.
—Hemos tenido que sedarle, no creo que se dé cuenta de su presencia.
Sin embargo insistió; ahí estaba Julián, hecho un ovillo en la cama, su pelo alborotado de falso genio como una corona en la almohada. La chica acercó una silla y puso su mano sobre la del hombre, tal y como él lo había hecho con la suya propia una semana antes. Julián no abrió los ojos, ni se movió mientras ella se fijaba en una hoja de papel encima de la mesita; ahí estaban todas las palabras que el viejo le había propuesto para su tan peculiar terapia.
—Todas están tachadas, salvo las dos últimas, por culpa o, mejor dicho, gracias a aquella oportuna entrada del celador de cara bondadosa— recordó la chica. Sí, la sesión había sido interrumpida, pero ella estaba dispuesta a reanudarla. Para eso se acercó lo más que pudo a la cama de Julián, para susurrarle al oído:
—Actitud.
Sintió entonces una señal de la mano de Julián en la suya.
—Muy bien Julián, sigamos pues...
—Desenfreno.
Volvió a sentir otro movimiento de la mano del falso psiquiatra debajo de la suya.
—Prenda íntima.
Y así, sin prisa, hablaron un gran rato.
3 comentarios
Bor... -
Anónimo -
Coque -
" esa especie de payaso de bata XL" esta frase me parece muy original.