El arte de la persuasión
El apartamento que habíamos alquilado estaba muy bien, salvo la cama supuestamente grande que Nic y Hugo debían compartir.
La única solución que se nos ocurrió, si queríamos poder dormir en relativa paz, era abrir el sofá cama del saloncito, pero eso sí, después de convencer a nuestros dos cabezotas de que dormir en un salón era como irse de acampada, de que eran unos Robinsones valientes a punto de vivir una gran aventura...
Y tan bien debimos de hacerlo que, mientras intentábamos forrar las esquinas oxidadas del armazón metálico del sofá cama, y buscábamos cojines para posibles caídas a medianoche, Nic se acercó a su hermano pequeño aún dubitativo sobre el asunto de la cama y le dijo, con la misma voz persuasiva que habíamos empleado unos minutos antes:
–¡Ya verás qué bien!... Si nos caemos, nos rasparemos un poco, pero luego, aterrizaremos en lo blandito.
Verano 2011
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