Hormigas y pedos de lobo
Volvemos a casa después de una tarde de juego en un terreno contiguo a la urbanización.
Es un sitio en el que uno se puede encontrar aún con ovejas pastando entre encinas y retama, pero también con tablones, ladrillos, alambres, trozos de tubería... ¡Valiosos tesoros para la construcción de una nave en la que surcar los mares del Sur!
A mi lado, en la luz inconfundible de un atardecer de Castilla, los dos piratas que me acaban de rescatar –a mí, la princesa– de miles de enemigos, están agotados y van arrastrando los pies por el camino polvoriento de vuelta a casa, en el que siguen afanándose las hormigas.
De repente, Nic se agacha para observar más de cerca la entrada de uno de los hormigueros, mientras Hugo huele, escéptico, un pedo de lobo. Por encima de esas dos cabecitas noto que revolotean unas preguntas y temo que mis conocimientos sobre hormigas y setas no estén a la altura.
–Abuela, ¿tú crees en Dios? –me pregunta Nic sin levantar siquiera la cabeza, mientras hurga con un palito en la entrada del hormiguero.
–Bufff... ¡Vaya preguntita! –le contesto– si existe, nadie le ha visto.
–¡Pues claro! –clama Hugo poniéndose de pie y encogiéndose de hombros– es como los pedos de lobo.
Nico me mira y me giña un ojo. Le contesto con otro guiño. Estamos de acuerdo. Dejaremos para más adelante esta conversación, para cuando Hugo sea mayor.
Suspiro aliviada, las hormigas también al vernos reemprender nuestro camino.
Verano 2011
2 comentarios
Dominique -
Ernesto -