Vueltas
Damián era diferente. Había gastado todas sus energías en crecer a lo alto y a lo ancho; en nada más. Cuando empecé a sentir vergüenza por ir en una bicicleta con ruedecitas, acudí a él para que me sujetara en mis primeros intentos en una de mayor. Aquel verano se nos pudo oír en todo el pueblo: yo, pegando gritos, y él detrás, con su inmutable gesto de perplejidad eufórica –o de euforia perpleja– diciéndome:
–¡Mira la rueda!... ¡Mira la rueda!...
Su técnica no era la mejor, pero su paciencia infinita.
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Dominique -
Javier Ximens -