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dominiquevernay

Las albóndigas

Las albóndigas

No quiso regalos caros para su nonagésimo cumpleaños, solo pidió a sus hijos que vinieran a comer con ella.
—Pero sin nadie más, como cuando eráis pequeños.
Las respectivas parejas de los cuatro se mostraron benévolos con la anciana que los excluía; era evidente que chocheaba, además, "no vamos a perdernos gran cosa", dijeron.
Cuando llegó el día, la mujer lo preparó todo tal como lo solía hacer sesenta años atrás: el mismo mantel, las mismas cosas ricas que le gustaban a Rita —que se pondría a su derecha—, a Andrés —que se sentaría a su izquierda, al lado de Miguel y enfrente de María. 
A la hora prevista los cuatro llegaron a la vez y, sin que hiciera falta decirles nada, se sentaron en sus sitios de "siempre antes".
—¿Eres feliz, mamá? ¿Es este el regalo que querías? —le preguntaron con ese tono de voz que se emplea con los locos y los niños.
Ella no contestó, sonrió y empezó a comer. Era una mujer muy educada y no era cosa de echar a la calle a esos cuatro impostores que decían ser los que no eran, esperaría hasta después del café; al servirles las albóndigas le había puesto una de más a Rita, y ninguno de los otros tres había protestado.

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