El cómic
«El lápiz, con el que ella cada mañana se lo dibujaba», esperaba junto a reglas y rotuladores a que llegase. Marjane se había levantado muy tarde; una taza de café, una ducha y en ese momento, con el pelo aún húmedo en el aire de un Paris desperezándose, corría hacia su estudio. Mientras tanto, su tocaya, la Marjane de Persépolis, la de papel, la de mentira o, tal vez, la auténtica, se impacientaba. En la viñeta del día anterior su creadora la había dejado sin el velo puesto; no podría saltar a la otra viñeta sin él, no podría huir ni salvarse.
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