Decúbito prono
«El masajista no tardó en reconocer aquel lunar bajo la nuca» y pensó en llamar a Jazmín para que le sustituyese, pero la mujer «lunática», que ya había sentido las manos del hombre deslizarse por su musculatura de alfombra ajada, se tensó para hablar con la cara fuera del respiradero de la camilla.
—Tuve un jardinero que sabía más de masajes que de rosas; era un chiquillo, quería poder estudiar y yo le pagaba bien sus servicios. Un día desapareció. Le daba asco, me dijeron.
La mujer se carcajeó y volvió a hundir la cara en el vacío. El masajista se limpió las manos de aceite. Luego un crujido, luego nada.
(Escrito para REC, dibujo del moleskine de F.C)
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