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dominiquevernay

Cuando nadie me vea

Cuando nadie me vea

—Con lo que sobró de pan de ayer tendremos para hoy. Pero de todas formas compra una barra pequeña para desayunar mañana —digo a mi marido que se está preparando para salir.

Me doy cuenta de que ayer también escribí algo sobre el pan que sobra, ese que hay que terminar antes de poder empezar el fresco del día. Es una de esas normas no escritas que, si las sigues, dicen mucho de ti, bastante más que tu fecha de nacimiento o la supuesta clase social a la que crees pertenecer.

Tirar un trozo de pan duro no dejará nunca de parecerme un gesto vergonzoso —que me resisto a hacer, pero que terminaré haciendo, supongo—, al igual que tirar todos esos papeles, cajas, lazos y demás adornos en los que vienen envueltos los regalos.

Una de la escenas, que más me impresionó últimamente, fue cuando puede asistir —de lejos, que de cerca no hubiese podido aguantar sin devolver del asco—  al momento cumbre de una fiesta de cumpleaños de un pequeñajo de unos cinco años.  Sentado como en una especie de trono, y mientras sus amigos iban gritando como posesos «¿qué será?, ¿qué será?», él arrancaba, con una impaciencia cercana a la furia, metros y metros de papeles y cintas, de texturas sedosas y colores a cada cual más deslumbrante. Apenas nuestros rey había conseguía ver el contenido del regalo, que una gentil animadora —responsable de uno de los diez cumples que en aquella nave se celebraban— se lo quitaba de las manos, para evitar que terminase en el suelo, pisoteado y sepultado bajo toneladas de embalajes, manchados de tarta y de vertidos de coca cola sin cafeína.

Si un día veis salir cierto resplandor de un contenedor de papel, será que allí habrán ido a parar todos aquellos adornos que envolvieron los regalos que, durante años, tuve la gran suerte de recibir. Los tiraré con mucha tristeza y mucha vergüenza, pero se me están llenando los armarios y cajones, y no es cosa. Así que lo haré de noche cuando nadie me vea. 

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