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dominiquevernay

El rumiante (Del mito de Dido)

El rumiante (Del mito de Dido)

(... La astuta Dido cortó entonces la piel de un toro en pequeñas tiras y demarcó el lugar sobre el que fundaría la ciudad de Cartago.)

 

EL RUMIANTE

Saltaba a la vista que Siqueo era el soltero más trabajador y menos agraciado de la oficina, y Elsa, la soltera más solterona. Era fácil pensar, pues, que tarde o temprano, Elsa se plantease casarse con el pobre Siqueo, que suspiraba de amor cada vez que la no tan joven oficinista pasaba a menos de cinco metros de su mesa; a más distancia no se daba cuenta de su presencia, aparte de muy miope era algo sordo. «Podré presumir, como cualquier otra mujer, de marido, casa e hijo», pensaba Elsa, «y si bien es verdad que más me valdrá no enseñar fotos de Siqueo ni de su retoño, siempre podré mostrar las de nuestra casa que quiero más grande y más lujosa que todas las de mis compañeras.»

Elsa anunció su compromiso con Siqueo con mucha solemnidad, en el transcurso de un lunch, al que, por cierto, Siqueo no pudo asistir; trabajaba.

–Nos casaremos cuando hayamos podido comprar una casa en el mejor barrio de la ciudad –le había dicho Elsa al enjuto novio.

El hombre no se lo había hecho repetir dos veces. De inmediato, había buscado otro dos empleos, uno de vigilante de noche en unos grandes almacenes y otro de camarero los fines de semana y fiestas de guardar.

A tantas horas de trabajo y tan pocas de sueño, había que añadirles las tristes comidas que Siqueo hacía, sentado en un banco del parque junto a la oficina, nevara o hiciera un sol de asar.

Y como es de suponer otra vez, nuestro enamorado al que todos empezaron a llamar «el rumiante» –por ese masticar de bóvido que tenía, allí solo en su banco, la mirada fija en un bocadillo de pan correoso– adelgazó y adelgazó tanto, que de la piel que le fue sobrando de cada parte de su cuerpo se hubiese podido recortar kilómetros de tiras y, con ellas, circundar el mundo.

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