Y sin embargo te quiero
El dolor de Rebeca
Las conversaciones telefónicas entre las dos mujeres octogenarias siempre empezaban de la misma manera:
—¿Quién es?, ¿eres tú?
—Pues ¿quién va ser?
—¿Por qué siempre tengo que ser yo la primera en?...
—Porqué eres la más joven, ¡bien que te gusta presumir de ello!
—¡Tonterías! Si me llevas sólo un año y a estas alturas…
—Precisamente, un año es un año sobre todo a estas alturas... y dime, ¿qué?...
—Además, te dejo mensajes, pero como si nada.
—Ya sabes que yo no escucho los mensajes; ni sé cómo se hace.
—Pues no es tan…
—Ni quiero saber.
—Vale, vale… Por cierto, ¿cómo te encuentras con lo de?...
—¿Con lo del réuma?; con este tiempo, ¿cómo quieres que me encuentre?
—Ya y dicen que hoy también va a llover. Menos mal que tengo a mi hija que vive cerca; la pobre no sabe qué hacer por mí... ya me trajo el pan y me comento lo de…
Y justo en ese punto de la conversación solía cambiar el guión; aquel día fue así:
—¿Lo de qué?
—Mujer!, lo de tu hija Rebeca.
—¡Ah!, sí, bueno…
—Estarás muy disgustada…
—Pues claro que sí, ¿cómo voy a estar?
—Creo que ella se lo ha tomado muy mal ¿no?
—Normal, después de veinte años… ¡y les iba tan bien!
—¡Qué duro!, ¿no?
—Pues sí.
—Pero no te vayas a deprimir tú también, a nuestras edades no estamos para disgustos.
—No, tranquila. Además creo que Rebeca va a volver a casa por una temporada.
—¡Sí? ¡Qué suerte, no?, ¡estamos tan solas!
—Sí, me alegro mucho de tenerla otra vez, mucho.
—Por cierto ¿conduce?, ¿tiene coche?
—Sí, claro, ¿por?
—Por nada… anda, ¡vaya suerte que has tenido!
2 comentarios
Dominique -
Miguel -
Los diálogos son muy creibles. El puntito final está muy bien.