La muda
Se levantó de la cama de un salto y, con los ojos aún cerrados, entró en la ducha. Se colocó de espaldas a la puerta acristalada y al espejo mural y, sin esperar a que el agua saliera templada, sus manos pasaron del enjabonado al aclarado, luego, al secado, con el mismo automatismo con el que lo hacen los rodillos en un túnel de lavado. De nuevo en la habitación, colocó la ropa que se pondría en el respaldo de una silla: una camiseta negra, unos gayumbos a rayas grises y blancas, un vaquero y unos calcetines negros también.
Sin embargo, antes de vestirse, se acercó al radiador de su dormitorio para coger una venda. La víspera, la había lavado a mano y tendido, ya que de las dos que tenía esa era la más suave, y no iba a poner la lavadora cada noche solo para una cosa.
Después de haberla vuelto a enrollar con cuidado, levantó ligeramente los brazos y, como si de una nueva piel se tratara, envolvió sus pechos con la venda hasta borrarlos. Eran unos pechos grandes, pero marchitos, que contrastaban sobremanera en un cuerpo tan musculoso, esculpido a base de horas de gimnasio.
Procedió al vendaje de sus senos con cuidado y en silencio, lo que daba a la escena dos enfoques muy diferentes. Por un lado, recordaba la parsimonia del mozo de espadas vistiendo al torero y, por el otro, la seriedad del embalsamador en pleno proceso de momificación.
Cuando hubo comprobado que podía respirar sin demasiada dificultad (contaba con que la venda iría aflojándose un poco a lo largo del día), se vistió y se dirigió hacía el baño para mirarse al espejo... ahora sí, podía hacerlo, se reconocía y, dentro de unos meses, después de la operación, seguro que todo sería más sencillo. Ese pensamiento hizo que María se sonriera en el espejo, que sonriera a Iván –así es cómo se llamaría en cuestión de nada–.
Volvió hacia el dormitorio a por su cazadora. No le daba tiempo a hacer la cama que, con su voluminoso edredón rojo medio salido de la funda, le hizo pensar en una mujer recién parida, por fin liberada de la placenta.
– ¡Qué cosas se me ocurren! –pensó mientras se dirigía hasta la cocina para tomar un vaso de leche con su dosis diaria de testosterona.
En alguna parte de la casa sonaba su móvil, pero no se molestó en buscarlo. Llevaba unos meses lejos de los suyos, aún era demasiado pronto para que entendieran.
12/08/11
Hace poco he visto a Iván. A pesar del dolor que le suponía todavía realizar el menor movimiento, me quiso enseñar las dos cicatrices que, como dos enormes sonrisas, luce su tórax.
¡Hasta siempre María! ¡Bienvenido Iván!
1 comentario
Coque -
Muy visual y tiene movimiento.
Felicidades