El parque en invierno
Cuando regrese su padre, la pequeña –al igual que su madre– estará pendiente de los pasos del hombre en la escalera. Si cojea –como si el mal humor lo trajese pegado a la suela de uno de sus zapatos– una pisada fuerte, otra suave, sabrá que está de malas y, rápidamente, terminará de vestir a Sofía.
–¡Estate tranquila!, tengo que ponerte el abriguito –le dirá con voz persuasiva.
Fuerte, suave, fuerte, suave...
–Sí, lleva a Sofía al parque –murmurará su madre.
Cuando regresé su padre, una puerta se abrirá, mientras otra, la de la despensa, se cerrará tras la niña y su muñeca.
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