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dominiquevernay

La vida a sensenta centímetros del suelo

La vida a sensenta centímetros del suelo

Nada es igual cuando te veo desde mi cama. Tu sonrisa me llega un tanto torcida y tu abrazo sofocado. En tu camiseta, esa mancha "que apenas si se notaba" se mofa de unos pelitos de debajo de tu barbilla, que se libraron "por los pelos" de las cuchillas de tu último afeitado. La casa también tiene otra cara. Ya no alcanzo a ver el cuadro que compramos a un artista hoy cotizado, ni el jarrón de cristal de Baccarat -regalo exquisito de boda que se quiso ídem-, ni el reloj de pared de no recuerdo qué siglo. Sin embargo, mis ojos tienen "a mano" todas las baratijas que conservo en estanterías inferiores: una brujita de yeso de un viaje escolar, una piedra en forma de corazón de un paseo por una playa, un velero de plastilina de un día de la madre... Bolitas de borra van deslizándose por el suelo y llegan hasta cada rincón de mi dormitorio, como lo hacen los flecos de conversaciones desde otras partes de la casa. Tumbada a solo sesenta centímetros del suelo vivo de refilón. De repente, desde las estanterías inferiores de mi vida llenas de insignificancias, oigo el latir de un corazón fuerte, el flamear de unas velas al viento, y la alegre llamada de una brujita.-¿Te apuntas? -me dice, y me hace algo de sitio en su escoba.

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