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dominiquevernay

Escamas

Escamas

Llueve. La lluvia desconcierta a los veraneantes obligados a cambiar el bañador por el chubasquero. El acuario se presenta como la mejor alternativa a la playa: agua, peces... Somos muchos en haber pensado lo mismo, demasiados, y no me queda más remedio que ajustar mis pasos a los de una mujer joven y su hija, una niña de unos cuatro años.

Al principio del recorrido las tonalidades se asemejan a las del exterior del que precisamente huimos, y la morena al acecho en su cueva, en aguas robadas al Cantábrico, no tiene cara de buenos amigos.

-Mamá, ¿cómo se llama este pez?, parece enfadado.

La madre no contesta y empuja a la pequeña para que siga. Desde que hemos iniciado la visita está hablando por teléfono: "no, yo sola, ya sabes como son ellos", "no estaba de humor, pero por ella...", "bueno, sé lo que me digo...". Lo dice todo con muchas agallas. La morena tampoco parece estar de humor, y da la impresión de saber, ella también, lo que se dice a sí misma.

Me da entonces por pensar en estas expresiones.

-¿Hiciste lo que te pedi?

-No, no estaba de humor.

-¿Cómo es posible que pienses esto?

-¡Déjame en paz, sé muy bien lo que me digo!

Es evidente que disculparse, justificarse, explicarse es una gran perdida de tiempo, cuando se puede echar mano de comodines lingüísticos de este tipo que, además, imponen, sobre todo si se les acompaña de un gesto de fruncido de labios y de meneo de cabeza.

Continuamos la visita en fila india y, entre llamadas y wasaps, la madre "a mí no me lo hará dos veces" asegura que las nutrias son unas asesinas que se comen los patos de los parques, que las medusas no tendrían ni que existir, que "aquí huele mal, pasa rápido" y que "no te acerques tanto, el cristal está sucio".

Me salgo de la fila y vuelvo al inicio del recorrido; cuesta ir a contracorriente. Me río con las gamberradas de las nutrias, me deleito con el baile de las medusas y buceo entre la tortuga y el pez martillo.

A la salida vuelvo a ver a la pequeña y a su madre; salen de la cafetería y entran en la tienda de recuerdos. Delante de un montón de peluches la madre "yo por mi hija haría lo que fuese" se pasma:

-¡Ayyy mira, cielo, qué suaves son! ¿Quieres un Nemito?

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