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dominiquevernay

Las buenas costumbres

Las buenas costumbres

Nunca sabrás, pequeño, si no lo relato ahora, por qué un buen día te dejó de gustar el zumo de naranja; podría haber sido, como lo fue para otros, un rechazo a las coles de Bruselas, a la música clásica o al padre nuestro que estás en los cielos... Y para que eso no ocurra, para que sepas que a ti no te pasa nada malo, que estás en tu derecho de preferir el zumo de melón al de naranja, apuntaré en una libretita lo que hoy, en esta mañana de domingo perezoso, me acabas de explicar de manera tan preci-concisa.  Has entrado en la cocina con una energía festiva, no así tu flequillo que después de una noche de ajetreo entre sábanas y mantas está a media asta. Me ves, me sonríes, nos abrazamos; ya no te puedo coger en brazos.

—Eres casi tan alto como yo —te digo, mientras con la mano te retiro el pelo de los ojos. Repito el gesto varias veces; son caricias justificadas, cada vez lo tendrán que ser más—. Ya tienes el desayuno preparado como a ti te gusta.

Miras hacia la mesa: un vaso de leche, otro de zumo de naranja y dos o tres tipos de galletas, todas con algo de chocolate. 

— ¿¡Un zumo de naranja!? —me lanzas apartándote de mí. El movimiento ha sido brusco, tu mirada se ha crispado y tu flequillo parece haber recuperado su fijación de Fructis. 

—Creía que te encantaba.

—No, no es eso... es que entre semana siempre lo tomo, entonces me va a parecer que es lunes y que... y que os tenéis que marchar ya.

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