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dominiquevernay

Por carta

Por carta

Mi madre está a cien con lo de la fiesta de esta noche. Está cocinando desde ayer y cada vez que paso por la cocina me repite lo feliz que está, que están —mi padre y ella— por tener, «¡gracias a Dios!», a sus dos hijos tan bien colocados. Luego se ríe y me precisa que lo de colocados no tiene nada que ver, «¡gracias a Dios!» con lo otro que ya nos sabemos todos. Esto último lo dice bajando la voz porque, según ella, su chiste es de muy mal gusto, y toca madera porque «lo peor de lo peor debe de ser ver a uno de tus hijos caer en la droga».

Acabo de sacar las oposiciones a cartero y eso es lo que mis padres quieren celebrar esta noche, y lo que hace la diferencia entre otros colocados y yo, entre caer y no caer. Sin embargo, esta noche me puse a pensar en el número de cartas que llegaré a repartir —desde ahora hasta cuando me jubile— y me acojoné, y entonces me sentí caer como si, de repente, me hubiese metido en vena todas aquellas palabras que nunca serían mías, pero que me tocaría cargar en mi motoreta de cartero, hiciera sol o nevase. 
    

Esta noche estará mi hermano también, el otro bien colocado de la familia. Ya me envió un wasap para felicitarme, y el muy cabrón supo muy bien dónde darme: « tal vez te hagan un precio especial por ser de la casa, cuando mandes tus manuscritos a editoriales.» El muy gilipollas no sabrá jamás el gran favor que me hizo al recordarme que lo peor de lo peor sería terminar como él. Esta noche no oiré sus malos chistes porque no estaré en la fiesta. Tengo que irme. Lo siento por mis viejos, pero se lo explicaré, sí, intentaré hacerlo... por carta.

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