Amapolas en el arcén
Domingo. Lucía oye el paso incierto de su hijo de vuelta de una de sus juergas. Su marido, recién llegado de un viaje de negocios, aún duerme. ¿Cuánto tiempo lleva ella sin viajar?… ¡Basta ya de pretextos! Se viste, coge dinero, las llaves del coche del durmiente y se va.
Sentada en el arcén de una carretera comarcal, María intenta recobrar el aliento. De repente, un coche que se acerca. Se pone de pie. Es una conductora y no es el Audi rojo de antes. Levanta una mano y con la otra sujeta el tirante roto de su vestido.
Lucía ayuda la joven a subir al coche.
—No, al hospital, no. Al cuartelillo tampoco —insiste María.
Solo quiere hablar del chico del Audi rojo, de lo bien que lo habían pasado al principio, riéndose hasta de sus familias. Él, con un padre siempre de viaje para sus supuestos negocios, y la imbécil de su madre, en casa, sin querer enterarse de nada. Pero luego, en un camino de tierra, el chico…
Lucía deja de escuchar. Piensa en cosas. Por ejemplo, en que no le gusta conducir el Audi rojo de su hijo. Prefiere el Mercedes de su marido.
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