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dominiquevernay

La bondad y otros dos textos

La magia del microrrelato: poder expresar ideas sin caer en lo moralizante ni en el asqueroso «mea culpa» público (a lo que estamos tan acostumbrados). 

La bondad
Soy lo que se llama una buena persona. No le haría daño a nadie, amo a los animales y cuido de mi entorno. Este invierno, por poner un ejemplo, les puse comida a los herrerillos que veía revolotear por ahí. Con el frío y tantos vendavales como hubo, no tardaron mucho en darse cuenta de la despensa que les tenía montada al abrigo de la lluvia y de cualquier peligro; no tengo gato ni perros en casa, solo marido (buena persona también). Los herrerillos son muy discretos y si pían es para cantarte «un gracias», para mostrarte su agradecimiento, pero sin permitirse nunca poner una patita más allá de los limites que les tienes marcado. Y esta especie de idilio entre nosotros hubiera seguido para siempre si no hubieran llegado los gorriones. Ya sé que ellos también son tan animales y tan necesitados como sus hermosos congéneres azulados pero ¡qué modales, menuda diferencia! Listos como demonios, esas ratitas del cielo se percataron enseguida de la despensa y, si primero se contentaron con las migajas del suelo, a los pocos días ya habían conseguido aprender la técnica «herrerilla» para comer suspendidos de la redecilla en la que les embutía el manjar: una mezcla de pipas y nueces machacadas. Y piaron, sí, ellos también piaron, de agradecimiento primero, luego, para reclamar más y mejor comida e, incluso, para intentar echar a cualquiera que se quedase demasiado tiempo apoyado en la barandilla del balcón ahora llena de cagaditas, de restos de pipas y plumón. Una cosa es ser buena y otra ser tonta. Retiré la redecilla. 

Otro momento mágico: Terminas de escribir y te das cuenta de que no es la primera vez que hablas de esa bondad de mierda. Rebuscas en tus relatos del año anterior o de hace más tiempo, y por fin encuentras el texto. Ahí va pues... otras dos historias sobre la misma horrenda y supuesta bondad. Me inquieta la recurrencia con la que aparece este tema en mis textos... por algo será... digo yo. 

La manifestación
–No me venía muy bien, que si no, yo también hubiese ido –dijo la mujer ensortijada.

La Miseria y Doña Angustias
No se conocían hasta que sus miradas se cruzaron, a pesar de que Doña Angustias tuviera siempre mucho cuidado de que esto no ocurriera. Pero, un momento de descuido lo puede tener cualquiera, sobre todo estando Doña Angustias como estaba, absorta en cerrar la cremallera de su monedero que cada dos por tres se le atascaba. Ahora, de camino a casa, iba hablando sola aunque eso fuese de gente loca.
–Se les da sin más miramientos y, ¡vaya usted a saber en qué se gastan las limosnas! –iba murmurando–. ¿Y cómo nos lo agradecen? Antes, con toda sumisión y zalamería, como siempre fue y como tiene que ser. Pero ahora lo hacen, ¡mirándonos a los ojos!, sí señor, ¡levantando la cabeza y mirándonos a los ojos! Y me pregunto, ¿para qué creerán que se les da?, ¿para que se nos pongan arrogantes y nos cuenten sus vidas? Pues, ¡hasta aquí podríamos llegar! El trato era bien simple pero, en lo que a mí respecta, queda roto. Bastante mal huele la miseria sin que, además, tengamos que mirarla a los ojos.
(Escrito para PMI 2013)

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