Cutícula
Está sentada en el borde de la silla y solo deja de morquisquearse las uñas para echar miradas furtivas a su alrededor. Parece una ardilla husmeando el aire para adivinar de dónde le va llegar el peligro. De vez en cuando también, hace una mueca de dolor y se mira el dedo del que acaba de arrancar otro trocito de uña. Con la espalda pegada a la silla el hombre la observa, en silencio, como un halcón observa a su presa desde un acantilado.
—¿Qué van a tomar? —les pregunto.
Ninguno de los dos me ha visto llegar y parecen sorprendidos, luego, desconcertados, como si les hubiese dicho: «abran la boca y digan aaa...».
—¿Qué van a tomar? —les vuelvo a preguntar.
Ella reemprende su festín de uñas interrumpido por unos segundos, y el hombre se incorpora en la silla. Al hacerlo su sombra se abate sobre la ardilla que acaba de llegar a la cutícula de su dedo corazón.
De los labios de la joven cuelga un pellejo sanguinolento.
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