En el país del agua
En el país del agua
—No, no podemos mirar por la cerradura, eso no estaría bien, ya sabes que mamá nos lo prohíbe —murmura la pequeña. Luego, imitando la voz aflautada de su madre—, y nada de mirar por la cerradura, ya os digo yo cuando podéis salir. Bueno, ella solo me habla a mí —precisa ahora con voz normal—, porque cree que como eres tan pequeña no la puedes oír. ¡Vaya bobada!, ¿no?
La muñeca no contesta nada, o tal vez sí. Ahora, en la oscuridad y el calor pegajoso de la despensa Lina continua hablando.
—¿Sabes que iremos a un país donde el agua llega hasta dentro de las casas y sale por un pico de pájaro plateado? Y por eso tenemos que obedecer, para que mamá pueda preparar el viaje con el señor que dijo que la ayudaría. ¿Lo entiendes?
La muñeca no entiende nada, o tal vez sí. Ahora, en la inmensa soledad de la diminuta despensa Lina acuesta a la muñeca en su cunita de trapos, y se acerca a la puerta para pegar un ojo contra la cerradura.
—Vale, vale, no te pongas a llorar, voy a mirar y te digo, pero solo un poco. Ya sabes que no puedes llorar ni hacer ruido, que si el señor bueno, que nos ayudará a ir al país del agua, nos descubre, se enfadará mucho y ya no será amigo de mamá. ¿Te das cuenta?
La muñeca no se da cuenta de nada, o tal vez sí.
—No puedo ver mucho, sabes, solo veo la ropa de mamá tirada en el suelo. ¿Y sabes otra cosa?... en el país del agua mamá y nosotras, cuando seamos mayores, podremos salir a la calle y sentir el aire por todo nuestro cuerpo. Será divertido, ¿verdad?
Lina deja de mirar por la cerradura y vuelve a coger en brazos a la muñeca.
—Anda, mi niñita —dice abrazándola—, no llores, no llores... será divertido, ya verás.
Entre las pestañas de nylon de la muñeca brillan lágrimas plateadas.
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