Envidia mohosa
Envidia mohosa
—¡Pero será posible que no sepas aún que lo más rico es lo verde?
Mi padre se desespera al verme desmigajar un trozo de Roquefort.
—Al precio que tiene te lo vas a comer todo, lo blanco y lo verde, que en esta casa no entrarán quesos de esos que no saben a nada.
La mueca de desdén que hace no deja lugar a duda, aquellos otros quesos a los que se refiere son holandeses. Nadie sabe el porqué de su aversión hacia Holanda y, en general, hacia todos los países más al norte que el nuestro.
—Sus quesos son tan insípidos como sus tulipanes faltos de gracia. ¿A que cuesta saber si un tulipán es de verdad o de plástico?
Como la única razón de vivir de mi hermano es la de molestarnos a todos, dice que Ámsterdam es la ciudad más molona del mundo.
—Para los yonkis como tú —gruñe mi padre.
A la abuela le gustaría contarnos que en 1945 salvaron a su padre gracias a un descubrimiento llamado penicilina. Y a mi madre, que la vecina del tercero se ha apuntado a un viaje para ir a ver auroras boreales. Pero se quedan calladas.
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