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dominiquevernay

Extrato del relato «El pájaro»

Extrato del relato «El pájaro»

«...Está quitando cada hoja o flor seca de entre sus tiestos; son como manchas de otoño en un verano que no parece querer despedirse. Tibias, crujen en su mano. Es la misma sensación que cuando, de pequeños, Ramón le había obligado a cerrar los ojos, abrir la mano, y apretar fuerte aquello pequeño, suave y tibio que acababa de ponerle entre los dedos. Ella se había resistido, pero Ramón la había forzado a cerrar la mano y a apretar fuerte. Los huesos de un gorrión al quebrase suenan a otoño, igual que estas hojas, piensa Violeta...» ( Del relato «El pájaro» escrito en el Taller Literario de Salinas)

Le taxi très pressé

Le taxi très pressé

Si me dicen «viernes», contesto «bic naranja», al igual que contesto «Victor» si me dicen «taxi amarillo». El chófer de mi historia se llamaba/se llama Víctor (porque espero que Víctor siga trabajando en su taxi que iba/va siempre con mucha prisa a todas partes). Recuerdo con qué atención miraba cada detalle de las ilustraciones del cuento. Me gustaba que el volante del coche fuese azul, me sorprendía que la gorra de plato de Víctor fuera tan pequeña y que no se le cayese en las curvas, al igual que el lápiz que llevaba en la oreja. Recuerdo también que envidiaba al niño del cuento. Sí, es cierto, lo envidiaba, acaso por poder subirse a un taxi con su madre, solo su madre y él. Debí de leer aquel cuento más de mil veces, mejor dicho, repasar sus colores y contornos con la avidez de un explorador de nuevos mundos; quizás no fueron mil, pero a mí me lo parece. (Escrito para el Bic naranja, Viernes Creativos)

Encuentro en Ranón

Encuentro en Ranón

Ayer llevé a una amiga al aeropuerto, y haciendo tiempo hasta que llegase su avión que venía, cómo no, con retraso, nos sentamos a charlar. De repente, me fije en un hombre, sentado también, no muy lejos de nosotras, y el corazón me empezó a latir a ritmo de samba: era Juan José Millás. Esta semana empezó con aquella supuesta llamada de Cadena Ser para REC, y me encontraba, ahora, junto a mi escritor de referencia. Venía de una charla en Oviedo y parecía cansado, perdido en su mundo de armarios de doble fondo, de moscas en el frigorífico, y yo, que en sueño tropecé varias veces con él —por ir por allí mirando la realidad desde mi ojo derecho, mientras que él lo hacía desde el suyo izquierdo— y que no sé callar, no encontré ningún buen motivo que justificase que le abordara. Hoy soñé que le decía:
—Hola, soy Dominique Vernay.
Y él me contestaba:
—¡Hombre, Dominique!, ya tenía ganas de conocerla en persona. Leí su «No me quites la costra» y su novela «¿Y ahora qué, Emma?» y me gustaron mucho. 
No nos atrevimos a tutearnos.

La siesta

La siesta

En cuanto nos dan las vacaciones de verano, mi madre saca los bártulos para ir a la playa, así como su estúpida regla de las siestas obligatorias después del almuerzo.

       —La playa cansa mucho. 

       Protesto, pero no sirve de nada, y por una vez mi padre no se pone de mi parte. Él también insiste en que les deje en paz. Se ve que a los dos les encanta la siesta.

       Tengo calor, la cama es un horno y tengo que cambiar constantemente de posición para no quemarme. Levanto un brazo, luego una pierna, ahora bocabajo con las dos piernas extendidas, ahora boca arriba con las dos recogidas y las rodillas en forma de montaña. Balanceo la montaña hacia la derecha, hacia la izquierda, la derecha, la izquierda, despacio... despacio... Ahora, un poco más rápido, más...  

       —¡Anda, ya puedes levantarte! —me dice mi madre que entra de sopetón y de muy buen humor en mi habitación.

       —No te creas, estoy un poco cansada —le contesto con una vocecita que no me reconozco. 

       —¿Qué te ocurre? A ver si tienes fiebre.

       Mi madre me toca la frente, mientras yo sigo apretando muy fuerte las dos laderas de mi montaña.

De ella a él

Me va a costar no equivocarme. Voy ensayando camino de la playa, la de nuestra infancia que no piso desde hace unos diez años. Hola, ¿qué tal tío?, te veo muy bien. Sí, eso le diré y, seguido, un buen apretón de mano. ¿Y después?... Tal vez le pueda preguntar por su... Pero mi primo Andrés ya ha llegado y me hace la señal de "¡qué rico está esto!", para indicarme que el agua está buena, que me dé prisa, que menudo baño nos vamos a dar. En su torso desnudo y según nos acercamos el uno al otro voy distinguiendo dos cicatrices, dos cicatrices como dos grandes sonrisas. Hola, Andrés, ¡qué guay volver a verte!, le digo y nos abrazamos. Así de sencillo.

#historiasconorgullo

La partida

Como todos los domingos juegan la partida en la tienda-chigre* del pueblo. La palabra pueblo resulta algo grande para las únicas dos o tres caserías que siguen vivas. Muertas, hay más de treinta.

            —Me cago en el as de bastos —gruñe el Andrés de los de la finca grande—. ¿A qué venimos aquí, a dar a la lengua como muyeres* o a jugar la partida?

            La Maru sigue trajinando detrás del mostrador del que intenta borrar, con una bayeta mágica de esas, los cercos pegajosos que dejan los vasos de «culines» de sidra en la madera. Hace mucho que no se ofende por tantas babayadas de homes*, pero a la hora de opinar, opina. Así es que rompe el silencio que el Andrés de los de la finca grande ha conseguido restablecer y, sin dejar su meneo de bayeta que repercuta en su generoso pecho, dice que a ella le presta* un montón que se hayan instalado aquellos bichos de viento, que no recuerda nunca cómo los llamaban los «genieros» y obreros que pasaron por su chigre mientras duraron las obras, pero que, ¡bendita carretera que nos abrieron en el bosque tan cerrado ese, que miedo daba tener que cruzarlo para ir a la parada del autobús!

            —En eso sí que lleva razón la mi muyer —reconoce Fermín.

            —Que recuerde, también hubiera* buenos momentos en aquel bosque tan cerrado. Que el viento no solo hace girar aspas, también levanta faldas, y eso, Dios me perdone, menuda energía que le da a uno.

            —Anda, Tuerto, que ahí en la cocina está la mi nieta, calla un poco la boca.

            Al Tuerto, que llaman así porque es tuerto, le da todo igual, pero a la Maru se le han subido los colores y se abotona la blusa un poco más arriba de lo que le suele gustar. Ha sido como un gesto reflejo.

            No falta mucho para que sea noche cerrada cuando entra Antón, el pastor, con Perro, que llama así porque es perro. Acerca una silla a la mesa de la partida. Perro se tumba a su lado. La Maru despacha un vaso de vino al hombre y una caricia al perro. Antón es más de vino que de sidra. Se lo dijo una vez a la Maru y fue suficiente. Mira las cartas que van cayendo sobre la mesa con la misma regularidad que el hacha en un tronco.  

            —¿Y a ti, Antón, qué te parecen esos molinos de vientos que nos van a facer* ricos?

            Se ríen sin esperar a que responda Antón. Él los mira con unos ojos tan achinados que solo se ven dos chispas azules. En su familia eran todos rubios con ojos claros, pero ya solo queda él. Hace bien poco «entérrose» su hermano. En el funeral estuvo igual que ahora frente a la mesa de la partida, mirándolo todo con esos ojos que, de tanto sol y frío como aguantaron, ya no pueden abrirse del todo y dan a su rostro la misma expresión de quien se parte de la risa o está a punto de echarse a llorar.

            El silencio de nuevo interrumpido por los hachazos y, de repente, la voz amable de Antón que ninguno recordaba.

            —A mí gústanme, y a Perro y a las oveyes* también. Siéntome al lado de las torres, ye* como escuchar el ruido que fai* la mar. Una vez, de rapaz*, fuera a verla.

 

 

                                               Mini léxico de Bable

Chigre: bar

Muyer: mujer

Babayadas de homes : tonterías de hombres

Prestar: gustar

Hubiera: empleo del subjuntivo en vez del pretérito perfecto simple de indicativo.

Facer: hacer

Oveyes: ovejas

Ye: es

Fai: hace

Rapaz: muchacho.

(Escrito para #palabrasalviento, de Zenda.)

AXIOMA (PATERNO)

AXIOMA (PATERNO)

Era una niña lista, amable. Cuarenta cinco minutos de clase particular con ella pasaban «molando», así decía. Todo parecía gustarle, incluso esa terrible historia del participio pasado que tiene que concordar con el complemento directo cuando... bla, bla, bla... una regla hecha, en mi opinión, para desanimar cualquier estudiante a escoger francés de segundo idioma.

Aquel día, la propuesta de conversación me había parecido interesante: ¿Si fueras la alcaldesa de tu ciudad qué te gustaría hacer para mejorarla?

Su desconcierto me desconcertó.

—No sé. 

—Tal vez una piscina municipal —le sugerí.

—No, yo ya tengo piscina.

Su mirada azul como el agua de aquella piscina solo suya se había clavado en la mía.

—Tú sí, pero no todo el mundo es «riche».

—¿Cómo se dice «pobre» y «ahorrar» en francés? —me preguntó.

—Se dice «pauvre» y «économiser».

—Bien, pues que «les pauvres économisent», lo dice mi padre.

—¿Y crees que les es «possible»?

—Oui, ¿cómo se dice «claro»?

—Bien-sûr.

—Oui, bien-sûr! —repitió, poniendo la boca como quien va a dar un beso para pronunciar a la perfección aquella «u».

Era una niña lista, amable y capaz de enunciar, con una dulce sonrisa de colegiada aplicada, aquel axioma tan terrible como la concordancia del participio pasado y, además, hacerlo en el idioma que fuera.

Y no me digas que no pasó nada

Y no me digas que no pasó nada

Boca abajo los dos estábamos a gusto, diría incluso que felices. Jugábamos a adivinar frases que, por turnos, nos escribíamos en la espalda con el índice; «escalofríos amorosos» los llamábamos, cosas de pareja.

—Es-ta no-che te... Borra y repite, por fa, que no me he enterado del final.
Entonces Mario hizo como si pasase un borrador suave de pizarra por mi espalda y volvió a empezar. 
De repente su mano se paró. Levanté la barbilla, ¿no pares!, y vi un pie muy cerca de mi toalla. Me incorporé para asegurarme de que no fueran a clavarme un palo de sombrilla entre las costillas. De la arena blanca habían ido brotando centenares de sombrillas y no estaba dispuesta a renunciar a nuestro metro cuadrado de playa. 
—Ya sabes que este sitio suele estar petado —me había recordado Mario antes de nuestra escapada de finde.
—¡Anda, no será para tanto, y tengo tantas ganas de sol! —le había contestado, mimosa.
Después del pie aquel, vi el otro, luego las piernas, las nalgas, la cintura, la espalda, el cuello... de una mujer diez. Ella también parecía haber brotado de entre los que allí nos encontrábamos, o sea, de entre gente más o menos normal.  
Me levanté bruscamente y me dirigí hasta el agua. Sorprendido, Mario me miró alejarme —sorteando cuerpos, cubos y palas, más cuerpos, flotadores y sillas...— mientras que de mi espalda se desprendía el último y estúpido escalofrío amoroso.  
Nadé mar adentro huyendo del griterío de los bañistas y de la mancha aceitosa de cremas protectoras, y cuando me puse de cara a la playa con los ojos llenos de agua salada y de ira, las putas sombrillas empezaron a bailar en la lejanía.
Iros todos a la mierda, pensé, tú también, Mario, que venga un ciclón y os lleve a tomar por culo.
Cuando al rato volví a la playa, Mario me sonrió. 
—¿Qué tal está el agua? —me preguntó como si no hubiera pasado nada. 
—Llena de medusas —dije. 

(Para los Viernes Creativos, imagen de Constantina @focusca

Miedo liofilizado

Abro prudentemente un ojo, luego el otro. Mis miedos de la víspera están ya marchitos en la mesita de noche. Me levanto y con cuidado los voy a tirar al baño. Los miro desaparecer tras tirar varias veces de la cadena, pero siempre quedan dos o tres flotando por ahí rehidratándose... ya son aprehensión.

 

Cosas que pasan

Esta mañana en el paseo de la playa una periodista de TPA y un cámara me pararon para que comentase mis impresiones sobre el verano que parecía haber llegado de repente. En el espacio de unos segundos me pareció ver a esa señora, con rulos y bata que contesta desde una puerta blindada entreabierta —de sapeli con moldura estilo provenzal—, y oírla asegurar que no sospechaba nada de lo ocurrido, que eran unas personas muy normales, que vaya disgusto y que en qué canal «echarían» la noticia.
—¿Qué le parece este precioso sol? —insistía la periodista. 
Entonces reaccioné y pensé que quizás no volvería nunca a tener en la vida un micro de TV tan cerca de mis pensamientos, y justo cuando me armaba de valor para hablarle al mundo entero de lo que pienso sobre ecología, política, educación, literatura... con el aplomo de los que saben, volvió a aparecerme la de los rulos. Solo me quedaba pues una opción: hacer lo que se me había pedido, contestar amablemente a una simple pregunta sobre lo bien que sienta la llegada del calor... y de las mangas cortas.
(De Noticias TPA A 21/MAYO/2017)

Sírvase frío

Ya voy, dices siempre, pero luego no vienes hasta no terminar de hacer lo que hagas, o sea, de ver algo en la tele, y yo, tonta de mí, espero sentada en la cocina observando como, poco a poco, la sopa deja de humear en los platos.

—¡Joder, está fría! —me gritas.
—Claro, si tú...
—¿Si yo qué?... —me retas a contestar.
Y la vuelvo a calentar.
Pero esta noche eres tú el que me llama. 
—¡Las pastillas, rápido!
—Ya voy —te digo desde la cocina, y empiezo a comer despacio, mmm qué rica está, para que cuando llegue, tú estés frío.
(Escrito para REC)

Sin sentido aparente

Sin sentido aparente

Desde ese día nadie vende barquillos en el parque ni globos ni nada que nos recuerde que un día fuimos niños.
(Escrito para REC)

Carey, te quiero

Carey, te quiero

Cuando un nieto tuyo te describe de esta manera, para que llegada la ocasión su tortuga, Carey, te pueda reconocer:
"Si ves una señora vieja que parece joven es Memedó, mi abuela."

Asco de mí

Asco de mí

De pie en medio de una acera de Madrid, me estoy cagando de nuevo en todos los muertos de una segunda señora a la que acabo de preguntar lo mismo que a la primera: ¿me podría decir usted por favor dónde está la calle...? Misma reacción por parte de esas dos tipejas: mirada de miedo y odio, labios apretados y claro movimiento de apartheid hacia mi persona. ¡Eh, viejas pellejas, que llevo gorrito de pobre pero es de Hugo, de Boss! ¡Eh, jodidas por culo, ya sé que mis vaqueros están agujereados, pero cada agujero me costó lo que cada una de esas perlonas que cuelgan de vuestros lóbulos arrugados de moco de pavo! ¡Eh, que soy tan española como vosotras!... Seguiría de pie en medio de aquella triste acera con la cabeza llena de tantas cutres lindezas, si no fuera porque, de repente, veo mi reflejo en el escaparate de una tienda, una casquería; mi reflejo junto a tuétano, criadillas, sesos, tripas, manitas, mollejas, cabezas, corazones, hígados, lenguas, pulmones, bazos, riñones... y yo... vacía.

El deseo

El deseo

Cerró los ojos y sopló las velas. Luego contó hasta tres antes de volver a abrirlos, aunque el silencio reinante ya era un claro indicio de que había funcionado. Después de mirar sus regalos, retiró los diez platos sobrantes que guardó en el aparador sin necesidad de más, quitó las velas y se sirvió un trozo de pastel, el mejor, el de la guinda que nunca le había tocado, y se sentó para saborearlo.  

Una mañana cualquiera

Una mañana cualquiera

Abre los ojos. Por el velux de su dormitorio, cuya persiana nunca cierra del todo, entra una tímida luz de amanecer. Una nube pasa en su trozo de cielo, y la mujer recuerda que hoy tendrá que ir a hablar con la profesora de su hijo.

—Tengo que hablar urgentemente con usted —le dijo—, pero ahora no puedo, tendrá que ser mañana a primera hora.
Pasan dos gaviotas. Se persiguen gritando. Dos histéricas. Sí, lo reconoce, su hijo es trasto pero es buen chico y no será para tanto. Tal vez con otra profesora...
La estela de un avión deja un profundo surco en su parcela celeste. Hace un año, un año justo que él se fue y que les dejó a los dos.
—Es muy buen chico —le dirá a la profesora—, solo que echa mucho de menos a su padre.
El velux de su dormitorio, cuya persiana abre del todo ahora, es la pizarra en la que cada mañana escribe el borrador de su día a día.

La tabla de multiplicar (texto ganador)

La tabla de multiplicar (texto ganador)

http://elasombrario.com/escueladeescritores/tag/dominique-vernay-juillet/

El invitado (texto ganador)

El invitado (texto ganador)

http://elasombrario.com/escueladeescritores/el-invitado-relato-ganador-del-concurso-escuela-de-escritores-el-asombrario/

La caja

La caja

Texto ganador del tercer concurso de microrrelatos 2016 organizado por Amnistía Internacional Madrid. El tema: el derecho de todo hombre a una vivienda digna.

 La caja

Veinte metros cuadrados para cinco no daban para ese espacio al que cada uno de nosotros creía tener derecho, y fue en un mega bazar chino en el que mi madre encontró la solución: «caja-espacio propio por dos euros».

Desarmada para facilitar el transporte de la tienda a casa, montamos la caja entre todos y decidimos colocarla en medio de lo que nos empeñábamos en llamar «salón». Por las mañanas de ocho a diez permanecía vacía y abierta para su aireación, pero luego podíamos meternos en ella, por turnos, para disfrutar de una o dos horas de privacidad. A mí me gustaba pedirme la caja de diez a doce, antes de que pasara mi hermano mayor que siempre la dejaba con algún que otro kleenex sucio, de mi madre que la llenaba de sueños imposibles, de mi tía que impregnaba sus paredes de olor a colonia Nenuco —la preferida del hijo que nunca había tenido—, y de mi abuela que la moteaba de miguitas de pan, «para los pájaros», decía. Yo me limitaba a llenarla de palabras que recogía después en un cuaderno por si un día...

El único que no la quiso usar, al principio, fue mi padre, y cuando lo hizo decidí marcharme de casa. 

—Le abrí un ventanuco —nos dijo desde su oquedad—, para poder ver la tele.

 

TRADUCTION EN FRANÇAIS

Le carton

Vingt mètres carrés pour cinq personnes ne suffisent même pas à imaginer ce petit espace bien à soi auquel chacun pense avoir droit, et ça a été dans un méga bazar chinois que ma mère a trouvé la solution: «caisse-espace privé pour deux euros». 

 Démonté, pour faciliter son transport du magasin à la «maison», le carton a de suite été remonté au beau milieu de ce que nous insistions à appeler «salon». Le matin il restait vide et ouvert pour en faciliter l'aération, mais ensuite nous pouvions nous y enfermer à tour de rôle et profiter ainsi d'un moment d'intimité. Moi j’aimais bien y entrer le premier, de dix heures à midi, avant le passage de mon frère qui y laissait toujours traîner quelques kleenex sales, de ma mère qui le remplissait de rêves impossibles, de ma tante qui l'imprégnait d'une odeur à eau de cologne d'enfant —celle de ce fils qu'elle n'avait jamais eu—, de ma grand-mère qui le mouchetait de miettes de pain «pour les oiseaux» qu'elle disait. Moi je me limitais à le remplir de mots que je ramassais et enfermais ensuite dans un cahier pour si jamais un jour...

Le seul qui n'a pas voulu l'utiliser, au début, ça a été mon père, et quand il l'a fait j'ai décidé de partir.

—J'y ai ouvert comme un petit vasistas —nous a-t-il dit depuis son gouffre— pour pouvoir regarder la télé.

 (Texte gagant du troisième concours de nouvelles courtes 2016 organisé par Amnistie Internationale Madrid et ayant pour thème: le droit de tout homme à un logement décent.)

Sidol, el mejor limpiametales

Sidol, el mejor limpiametales

Me levanté con ganas de sacar brillo a algunas de las cosas que heredé de mis padres, más bien de mi madre, ya que en casa de mi progenitor nunca hubo tinteros de cristal y latón, ni regadera de cobre, ni palita de plata para servir los postres. Contaba él que, en su familia, habían inventado el plato de postre más cómodo y barato que podía darse: bastaba rebañar el plato liso hasta dejarlo tan limpio como la patena y darle la vuelta; su base daba de sobra para servirse un trozo de queso, de membrillo o un poco de flan con nata. Cuando de vez en cuando aún lo hacía, era más para molestar a mi madre que ponía entonces cara de «Dios mío, ¿qué habré yo hecho al Señor para que me haya caído esta cruz?». Pero a lo que iba. Cuando mi madre empezó a amargarnos las reuniones familiares preguntándonos en voz alta, lo que hasta cierta edad se pregunta uno para sus adentros, «quién de vosotros querrá este mueble cuando ya no esté?... ¿a quién le puede interesar esta cómoda?, ¿este cenicero de plata?... fui yo quien, por zanjar un tema ciertamente desagradable, o por codicia o por cierto gusto por lo que brilla, me hice con casi todos los metales del clan. Lo que sí tengo que añadir en mi defensa —porque hay días en los que me siento como culpable de algo indefinido—, es que antes de hacerme con todo aquello tuve que prometer que lo conservaría siempre reluciente, nunca olvidado y cubierto de cardenillo en un trastero; no sé si mis hermanos fueron menos codiciosos que yo, o si solo más prácticos, pero el caso es que declinaron la oferta de mi madre, y de ahí a que hoy me encuentre en la terraza de casa, entretenida en la tediosa tarea de devolver el resplandor a esos objetos de formas y recovecos imposibles (y de valor más sentimental que otra cosa, dicho sea de paso). Más de una vez me ha apetecido decir a la persona, que de vez en cuando viene a echarme una mano para las limpiezas a fondo de cambios estacionales, «por favor, hoy toca sacar brillo a la plata», pero nunca he conseguido terminar la frase sin atragantarme, sonrojarme y optar por otra tarea más... no sé cómo decirlo, una tarea de casa de gente más normalita: barrer, planchar... Está claro que ver la serie, Downton Abbey, aunque solo sea unos pocos capítulos, tiene sus consecuencias. La empiezas a ver porque te dicen que la serie está muy bien ambientada, que es una manera de conocer un poco mejor aquella época en la que los de abajo sabían sacar brillo a la plata de los de arriba con tanto arte, y poco a poco te dejas seducir por la bondad de aquella familia de aristócratas, tan humanos y tan considerados, todos ellos, hacia una tropa de domésticos no siempre merecedores de tantas atenciones. Entonces, cuando a punto estás de echarte a llorar por la muerte de la hija del marqués, y de mandar a alguien que le saque brillo a «tu» tintero y «tu» palita de servir tartas, es hora de que vuelva a correr un poco de sentido común por tus neuronas y recuerdes que el brillo te lo tendrás que sacar tú si es que tanto te gusta, y que no conviene mezclarlo todo, explotadores y explotados o, como a la hora de contar las guerras, simplificarlas hasta el punto de meter a todos en el mismo bando. Claro, yo no sé con qué derecho escribo cosas así... nunca fui corresponsal de guerra ni pude contar con amigos embajadores con los que poder ir a emborracharme en los puticlubs en el Líbano... debe de ser por el Sidol.