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Las manos de mi madre tenían ojos

Las manos de mi madre tenían ojos

—No veo bien si me pongo guantes de goma para fregar.
Y yo la miraba hacer con una mezcla de asco, por lo que en aquel primer balde flotaba —unos cuantos fideos, una hebra de filete, migas reblandecidas...— y de admiración, por lo reluciente que salían después platos, cubiertos, ollas... del segundo balde, el del aclarado. Cuando éramos muchos para comer, había que cambiar el agua de los dos baldes una o dos veces y, para eso, tener una reserva de agua caliente en espera en la cocina de carbón.  
Hasta hacía poco, fregar los cacharros había sido una de las tareas de mi abuela que vivía con nosotros, pero cuando empezamos a encontrar pegotes de restos de comida entre los dientes de los tenedores, mi madre pensó que era mejor que la abuela hiciera otras cosas; esta se puso triste y decía que éramos unos remilgados, que por una cosita de nada había que ver cómo nos poníamos. 
—Puedes secar lo que voy lavando —le propuso mi madre.
—Vale, vale... tú mandas —contestó la abuela. 
Pero al poco sus manos se volvieron tontas, como si no tuviesen dedos, y se le iba escapando las cosas.
Entonces la labor de secar me fue encomendada, mientras la abuela, sentada cerca del fregadero para observarnos mejor, refunfuñaba. 
—Como si yo no fuese capaz de fregar unos cacharros...
—Abuela, por favor, no seas cabezota —suspiraba mi madre mientras con el dorso de la mano se rascaba la nariz—. ¿Por qué siempre pica la nariz cuando se tiene las manos ocupadas? (Foto de Arno Rafael)

Reseña de Alena Collar desde su bitácora

Una novela de mujeres grises. Dominique Vernay : “¿Y ahora qué, Emma?”

Ayer por la noche terminé de leer ¿ Y ahora qué, Emma?, de Dominique Vernay  Juillet, una novela publicada por Editorial Unaria a finales del 2015. Dominique es una escritora francesa, que reside en Asturias,  anteriormente publicó la novela, No te quites la costra, que te quedará marca. Esta es pues, su segunda novela.

 

En ella Vernay nos cuenta la historia de Emma y de los personajes que la rodean cuando decide dejar su casa y a su marido, y marcharse de ella.

Hay en la novela una atmósfera desde el inicio de tono gris, de vidas sin ilusión, de lo pequeño hecho rutina. Es esa vida gris la que en el fondo hace a la protagonista irse; no hay un desencadenante concreto, no hay un hecho relevante: solamente la pregunta como un aviso, como un martilleo, que se hace : “ ¿eres feliz?”…

Y no. No lo es. Y se marcha. Y aparece en un barrio, el Gaviotal, en el que personajes tan desamparados como ella entrecruzan sus vidas grises, sus pequeñas miserias, sus delitos menores, sus pequeños infiernos. Todo ello contado con una sobriedad elegante, a  través de diálogos que podríamos escuchar cada día en nuestro entorno. Hay una criatura que gana dinero con sexo en internet, una mujer entrada en años que nunca ha viajado pero que guarda cientos de postales como si lo hubiera hecho, una madre-la de Emma- pesada, pelma, ignorante, aprovechada, casi analfabeta, un  marido inofensivo pero que no se entera de nada, casi hasta el final, un par de chulos puta que andan traficando y puteando por el barrio…

Vernay nos cuenta una historia que podría sucederle a muchas mujeres, una novela verosímil, en las que los personajes viven, se tienen de pie, tienen vida propia, una novela que no necesita adornarse para narrar, con un realismo sin imposturas y un final abierto  y muy curioso y coherente. Una novela  de mujeres grises; esas que también existen:  nos las cruzamos por la escalera, las saludamos en el mercado, no son activas, brillantes, decididas; no. Y sin embargo su historia merece la pena contarse.

Me ha recordado, no sé si por asociación de algunas escenas, a Tango sin Memoria, de Elena Casero,  incluso en la atmósfera de la novela a algunas páginas de Nada, de Laforet– esa entrada en la casa nueva y las sensaciones de Emma-.  Y me ha gustado. Creo que es una muy digna novela que mantiene siempre el interés y que merece ser leída.

 

Amores a fondo perdido

Amores a fondo perdido

«El armario donde acababa de encerrar a su muñeca» tenía doble fondo, pero la niña lo ignoraba. Lloraría tiempo su pérdida, sin que nadie le revelase nunca la gran historia de amor entre la pepona y un osito de peluche. Luego, en el doble fondo del cajón de su mesita de noche fueron desaparecieron sus sueños. Sin embargo, hoy en el autobús, el hombre que lleva meses mirándola sin atreverse a más se ha acercado a ella para entregarle una notita. Le gusta el hombre y se apresura a guardar el papel en el fondo del bolsillo de su gabardina, pero por el forro descosido se desliza la nota.

  Foto de Rosa Martinez.

Nudo ahorcado

Nudo ahorcado

—¿Cómo hará cuando me case, madre?...

Y ella se reía y me contestaba que eso sería cuando los cerdos volasen, que me dejase de tonterías y me diera prisa en traerle la bacinilla y luego el desayuno a la cama. Obedecía porque sabía que las madres tienen razón y hubiese seguido obedeciendo de no verles cruzar la carretera a solo unos metros de mí. 
—Cierto, madre, los cerdos no pueden volar, pero se les pueden atar y tirar de ellos bien fuerte —le dije mientras le pasaba un cordel al cuello e iba apretando.

(foto de Pedro Luis Raota)

Mientras todos duermen

Mientras todos duermen

Me gusta levantarme un momento sobre las tres de la mañana para, obviando cierta necesidad de orden fisiológico, acercarme al ordenador y oír la respiración sosegada de mi Facebook. Me siento y observo: ni un solo ronquido, ni un solo parpadeo en los doscientos cuarenta y seis ojos de mi Facebook. Entonces siento que estoy completamente sola y, últimamente, me vuelvo a la cama con una sensación extraña, como cuando de pequeña me sentía obligada a permanecer despierta hasta que volviesen mis padres del cine o de una reunión con amigos si no quería que les pasase nada malo. Por esto mismo me resisto a dormir ahora, pero me pregunto si a mis años no resulta un poco grotesco seguir intentando salvar a alguien o a algo, aunque este algo no sea más que mi trocito de mundo. Además, mañana voy a estar rota.

Avelino

En mi pueblo, como en la mayoría de los pueblos, había un tonto oficial y ese era mi vecino Avelino. Nacido cuatro años antes que yo, había gastado todas sus energías en crecer a lo alto y a lo ancho; no había quedado para más, y en aquel cuerpo de adulto prematuro su cara se debatía entre la perplejidad y la euforia. Cuando a los siete años empecé a sentir vergüenza por ir en una bicicleta con ruedecillas, acudí a él para que me sujetara en mis primeros intentos con una de mayor. Durante más de una semana se nos vio y se nos oyó por todo el pueblo, yo, pegando gritos, y él detrás tartamudeándome a pleno pulmón sus recomendaciones. 

—¡Bi-bien, mi-mira la rue-rueda, so-solo la rueda! 
Su técnica no era la mejor pero su paciencia infinita. En uno de nuestros últimos entrenamientos, sufrí una caída de despelleje total de rodillas. Aturdida me quedé sentada en medio del camino con un llanto y un sangrado in crescendo los dos. Avelino de pie ante mí se retorcía las manos, se tapaba los oídos, y cada vez que hacía ademán de acercarse a mí para consolarme, mis gritos le agredían y le apartaban de nuevo.
Cuando cansada de llorar quise volver a casa, busqué a Avelino. Sentado junto a la bicicleta, y totalmente ensimismado en el movimiento circular de una de las ruedas que había quedado para arriba, la perplejidad y la euforia habían vuelto a su cara de bonachón. Entonces, me senté a su lado.
—Tú dale a esta, y yo le doy a la otra —le dije.

Apagón

Apagón

Esta mañana hablan de Cohen y dicen, algunos, que una luz se ha apagado. Recuerdo a mi padre diciendo eso mismo cuando asesinaron a Kennedy: «c’est une lumière qui s’éteint», y a mi madre pidiéndonos que, antes de ir a dormir, no nos olvidásemos de rezar por la familia del presidente y por la abuela, la nuestra, que en aquellos días se encontraba muy enferma. 

—¿Por la abuela primero o por ellos? —pregunté.
—Da igual, eso no importa, siempre preguntando tonterías.
No recuerdo ahora por quién recé primero, pero seguro que lo hice con la luz encendida, a mí siempre me asustó la oscuridad. 

(Imagen de Oprisco, escrito para Los Viernes Creativos de Ana Vidal)

A salto de mata

A salto de mata

Un rayo de sol ha bastado para que los dos bancos del parque, abandonados unas horas antes por noctámbulos de andares renqueantes, sean de nuevo ocupados por diurnos de andares igual de renqueantes pero, esta vez, por culpa del reuma.  
Fermo ha tenido que apartar, con la punta de su bastón, una lata de cerveza y varias bolsitas de pipas vacías, y Etelvina ha desplegado un periódico en el asiento del banco que ya no tiene respaldo; prefiere este último ya que al otro le falta una tablilla en el asiento y es «la mar de incómodo»; no es la única que lo dice y cuando lo hace pone la misma cara que cuando pisa una caca de perro. 
Sin embargo, hoy la conversación no va de sinvergüenzas que lo dejan todo perdido ni de amos de perros desconsiderados que hacen que luego «se las ven y se las desean para limpiar aquella peste».
—¡No sé por qué tienen que cambiar la hora! —se queja Etelvina—, tendré que pedir a la mi nieta que me venga a poner en hora el reloj de la salita, que no sé tampoco por qué el mi yerno tuvo que colocármelo tan arriba... ¡que ni subida en una banqueta!
—Yo no les cambio nunca la hora— dice Fermo recolocando de un lengüetazo su dentadura postiza o relamiéndose por su gran astucia.
Los del banco con una tablilla de menos en el asiento dicen que sí con la cabeza; están en la conversación salvo Pilarina que va siempre dos o tres pueblos por detrás de los demás.
—Dice la médica que es lo mismo que tomaba antes, pero la caja de ahora es amarilla, y la mía de todo la vida era azul —se queja la mujer.
—Pilarina, que estamos hablando de que hay que cambiar la hora, que a las dos serán las tres y que...
—Ya ya, lo que tú digas, lo que tú digas, pero a mí, que no me haga creer aquella mocina que lo que me dio es lo mismo que lo me daba «Don David Que En Paz Estea»—. Pilarina, suspira, no le gusta que la tomen por tonta. Cierra los ojos unos segundos como para una siestecita y los vuelve a abrir—. A propósito, creo que nos van a cambiar la hora.


Lanzamiento de martillo

Lanzamiento de martillo

—No, tu padre no es mal hombre —decía la abuela—, es que lo lleva en la sangre, es de familia.

Y la creí y pensé que tal vez yo también lo llevaba en la sangre. Por eso, una tarde aburrida de tantas otras, probé con el gato de la vecina que siempre merodeaba por ahí, luego, para mejorar mi técnica, lo volví a probar con el más enclenque del cole. Cuando estuve seguro de que mis lanzamientos no tenían nada que envidiar a los de mi padre —al que había visto actuar algunas veces en la taberna del barrio y, más a menudo, en casa con mamá— me eché una novia.

El bache

El bache

En mi calle no se habla del tiempo que hace o que hará, ni de los gamberros que lo dejan todo hecho un asco, ni de crisis de ningún tipo, no, en mi calle se habla de ella, de aquella oquedad, que si bien en sus inicios no fue más que un rasguño en el asfalto, tiene ya contornos de gorda mórbida, con su penacho de hierbajos en un lateral como tocado de fiesta. Cuando de rasguño pasó a agujero, de agujero a bache, decidimos avisar a la autoridad competente; esa, con mucha diligencia, nos pidió un informe escrito y detallado del agujero: ancho, largo, profundidad, incidencias... porque ellos, mejor dicho, ella, o sea, la autoridad competente en baches, era totalmente incompetente en fisura, grieta, ahuecamiento, abertura, hoyo, socavón, concavidad, foso, barranco, mina, pozo, subterráneo...

Llevamos ya dos años intentando calibrar nuestro bache y, cuando después de largas reuniones encontramos en la RAE la palabra que mejor corresponde a sus características, pasa un camión de muchas toneladas o llueve o...  y el bache muta de nuevo y vuelta a empezar.

Esta mañana el cartero ha caído en él, es la décima victima mortal en un mes. Todos los vecinos y la gente del pueblo están llenando el bache con flores blancas en su memoria; ha venido también la prensa y el alcalde, ha sido un momento muy bonito, muy emotivo.  

Decúbito prono

Decúbito prono

«El masajista no tardó en reconocer aquel lunar bajo la nuca» y pensó en llamar a Jazmín para que le sustituyese, pero la mujer «lunática», que ya había sentido las manos del hombre deslizarse por su musculatura de alfombra ajada, se tensó para hablar con la cara fuera del respiradero de la camilla. 
—Tuve un jardinero que sabía más de masajes que de rosas; era un chiquillo, quería poder estudiar y yo le pagaba bien sus servicios. Un día desapareció. Le daba asco, me dijeron.
La mujer se carcajeó y volvió a hundir la cara en el vacío. El masajista se limpió las manos de aceite. Luego un crujido, luego nada. 
(Escrito para REC, dibujo del moleskine de F.C)

A la feria de las Rozas

Crecer lo suficiente en un año como para poder subirse a dos atracciones de feria, prohibidas hasta entonces, es el no va más, y así lo expresó Hugo, un mayor de casi nueve años, al bajarse del «Canguro» y de «La Cárcel».

—¡Ahora sí puedo decir que he vivido!

A punto de nieve

A punto de nieve

A punto de nieve

"Poco antes de que los domingos fueran amargos" ya se había acostumbrado a los lunes pasados por agua, a los martes revueltos y a los miércoles batidos. Pero que un jueves roto diera paso a un viernes duro y a un sábado podrido no podía ser buena señal. Ahora sentía no haberle dicho a las claras que lo suyo no cuajaba, que quería intentar montárselo con otro y que por eso se iba.
(Escrito para REC)

Lencería fina

Lencería fina

http://literatura-for-foreigners.blogspot.com.es/2012/10/nouvelle-courte-dominique-vernay.html?m=1

 

Le plaisir de pouvoir jouer avec les mots de la langue de Molière et de celle de Cervantes. 

Dans la nouvelle courte "Lencería fina" "Lingerie fine" je reprends une idée qui m’ est chère, à savoir que la phrase "je le/la connais comme si je l’avais fait/e" ne repose que sur une illusion. Le regard que nous portons sur les autres est à tel point faussé par tant d’idées préconçues, qu’il nous est impossible de nous rendre à l’évidence que les choses ne sont pas forcément comme nous le croyions et cela même avec, sous les yeux, la preuve du délit.

LENCERÍA FINA
La voz un poco ronca y una barba de dos o tres días, así es el hombre que vive en el cajón de mi ropa interior. Mientras que sigo al pie de la letra todas las recomendaciones de lavado que vienen en las etiquetas de cada prenda que allí guardo, él se permite oler, acariciar, arrugar y desgarrar sedas y encajes. Hoy, el hombre que duerme a mi lado en la cama me mira, asombrado, recoser la tira de un tanga negro.
–¡Joder! –me dice
–¡No es mío! –le miento
–¡No sabía que supieras coser!

LINGERIE FINE
La voix légèrement rauque et une barbe de deux ou trois jours, ainsi en est-il de l’homme qui habite le tiroir de mon linge intime. Alors que je suis au pied de la lettre toutes les recommandations de lavage qui se trouvent sur les étiquettes de chaque petite culotte et autres fanfreluches, lui se permet de sentir, de caresser, de froisser et de déchirer soie et dentelles. Ce matin l’homme qui dort à mes côtés me regarde, ébahi, recoudre la ficelle d’un string noir.
–Putain! –me dit-il.
–Il n’est pas à moi –je mens alors.
–Je ne savais pas que tu savais coudre!

Efectos secundarios

Efectos secundarios

No sé si ayer, cuando me senté ya muy tarde a ver la tele un rato, mientras San Orfidal empezaba a actuar en mi organismo, no sé si, como os decía antes, vi lo que vi o solo fueron efectos secundarios de aquella dulce borrachera farmacológica en la que estaba entrando. 

Lo primero fue una noticia sobre un concierto para perros, interpretado por humanos, con algunas notas solo aptas para canes. Los amos sentados al lado de sus mascotas, algunas también sentadas en sillas, aplaudían esa iniciativa tan generosa y enriquecedora para con sus animales; los perros, al contrario que sus amos, no quisieron pronunciarse, pero se les veía muy animados olisqueándose los traseros. 
Cambié de canal y después de optar por un documental algo más sesudo sobre design y mobiliario urbano, pude ver de qué manera tan seria algunas cabezas pensantes cavilaban sobre la forma que tenían que tener los nuevos asientos de marquesinas y asientos callejeros en general, para que nadie en su sano juicio pudiese pensar por un segundo en pasar la noche en uno de esos rompe-espaldas. Después de muchos intentos, un contorsionista contratado por la empresa, demostraba a un jefe de creativos rebosante de orgullo que, efectivamente, era del todo imposible. 
Después de la primera noticia sobre orquesta para perros opté por tomarme un segundo Orfidal, total, un día es un día y lo necesitaba... Ahora bien, no creo que me tengáis que hacer mucho caso si os digo que me pareció ver, en una última parte del documental, al jefe de creativos olisquearle el culo al contorsionista.

El cómic

El cómic

«El lápiz, con el que ella cada mañana se lo dibujaba», esperaba junto a reglas y rotuladores a que llegase. Marjane se había levantado muy tarde; una taza de café, una ducha y en ese momento, con el pelo aún húmedo en el aire de un Paris desperezándose, corría hacia su estudio. Mientras tanto, su tocaya, la Marjane de Persépolis, la de papel, la de mentira o, tal vez, la auténtica, se impacientaba. En la viñeta del día anterior su creadora la había dejado sin el velo puesto; no podría saltar a la otra viñeta sin él, no podría huir ni salvarse.

Halitosis

 

Era la primera vez para todas, la primera vez que íbamos a ir a confesarnos y estábamos muy atentas a las recomendaciones de sor María Auxiliadora.
—Ahora vais a hacer una lista con todos vuestros pecados, para que el señor cura no tenga que perder tiempo frente a niñas tartamudeando al no saber qué decir. Acordaos que los pecados veniales son faltas, tropiezos o vacilaciones en el seguimiento de Cristo.
De inmediato tuve la sensación que, de todas mis compañeras, era yo la única a la que no se le ocurría nada más que una pelea de hermanos y una mentira; ¡dos cosillas no bastaban para hacer una lista como Dios mandaba y seguro que el señor cura me reñiría.
Por ser la pequeña de una familia numerosa sabía que intentar mirarle el pito a mi hermano Pedro era un pecado, que besar con lengua, como lo hacía Arturo, otro hermano mío, con nuestra vecina, era también muy muy malo, y que levantar el jersey para enseñar las tetitas, como lo hacía Ester, mi hermana mayor, con el chico de la tienda de ultramarinos, era el colmo de los pecados. A mí me pareció que con tres cosas así mi lista sería la mejor, y que la absolución que recibiría sería proporcional de grande y de bonita.
Cuando al día siguiente me tocó a mí entrar en aquel confesionario con olor a sudor y aliento encebollado, me entraron ganas de vomitar y de salir corriendo. Sin embargo, la silueta somnolienta del señor cura me tranquilizó; el hombre estaría harto de niñas «tartamudeantes», así es que yo leería rápido mi lista y, rápido también, a la calle de nuevo donde el sol seguiría brillando, o eso esperaba yo.
—Padre, me acuso de haberme peleado con mi hermana pequeña, de haber dicho una mentira a mi madre, de haberle mirado el pito a Pedro, de haber besado con lengua a la vecina, no, al vecino, y de haber enseñado las tetitas al de la tienda de ultramarinos.
Un grito ahogado salió del lado oscuro, el señor cura se había despertado y yo recibía su ira fétida, o sea, la de Dios, en plena cara.

DECÚBITO PRONO

DECÚBITO PRONO

«El masajista no tardó en reconocer aquel lunar bajo la nuca» y pensó en llamar a Jazmín para que le sustituyese, pero la mujer «lunática», que ya había sentido las manos del hombre deslizarse por su musculatura de alfombra ajada, se tensó para hablar con la cara fuera del agujero de la camilla.

—Tuve un jardinero que sabía más de masajes que de rosas; era un chiquillo, quería poder estudiar y yo le pagaba bien sus servicios. Un día desapareció. Le daba asco, me dijeron.

La mujer se carcajeó y volvió a hundir la cara en el vacío. El masajista se limpió las manos de aceite. Luego un crujido, luego nada.

(Escrito para REC)

Las albóndigas

Las albóndigas

No quiso regalos caros para su nonagésimo cumpleaños, solo pidió a sus hijos que vinieran a comer con ella.
—Pero sin nadie más, como cuando eráis pequeños.
Las respectivas parejas de los cuatro se mostraron benévolos con la anciana que los excluía; era evidente que chocheaba, además, "no vamos a perdernos gran cosa", dijeron.
Cuando llegó el día, la mujer lo preparó todo tal como lo solía hacer sesenta años atrás: el mismo mantel, las mismas cosas ricas que le gustaban a Rita —que se pondría a su derecha—, a Andrés —que se sentaría a su izquierda, al lado de Miguel y enfrente de María. 
A la hora prevista los cuatro llegaron a la vez y, sin que hiciera falta decirles nada, se sentaron en sus sitios de "siempre antes".
—¿Eres feliz, mamá? ¿Es este el regalo que querías? —le preguntaron con ese tono de voz que se emplea con los locos y los niños.
Ella no contestó, sonrió y empezó a comer. Era una mujer muy educada y no era cosa de echar a la calle a esos cuatro impostores que decían ser los que no eran, esperaría hasta después del café; al servirles las albóndigas le había puesto una de más a Rita, y ninguno de los otros tres había protestado.

Los resultados

Los resultados

Llevan más de una hora en aquella sala de espera. Nadie habla y solo se puede oír el crujido de las páginas de una revista que va pasando Rodri. La revista abulta más que él.
–Mira, papá, tiene las mismas botas que tú –dice señalando con el índice una foto. Habla bajito pero de vez en cuando se le va la voz; el "tú" le ha salido en un gallo, y mira en derredor por si alguien le está mirando.
–Sí, tienes razón.
–¿Pero por qué está sentado en medio de la carretera?... lo van a...
La puerta de la sala se abre y Rodri tiene que dejar la revista y, de la mano de su padre, seguir a la mujer de la bata blanca por un largo pasillo; una línea amarilla pintada en el suelo, y en la que aparecen cada dos metros la palabra "PEDIATRÍA", les indica el camino a seguir... ¡como si no lo conocieran ya bien!
–Sabes, Rodri, el tío de la foto está sentado en medio de la carretera porque tiene superpoderes y no puede pasarle nada malo ni a él ni a sus hijos.
–¿Podría con un camión?
–Por supuesto que sí... y con dos también.
El niño le sonríe y entra en el despacho 231 con los brazos abiertos e imitando el ruido de Superman volando por encima de los tejados.
(Escrito para los Viernes Creativos de Ana Vidal, foto de Laura Austin)