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dominiquevernay

Exasperaciones

Exasperaciones

Entre muchas otras movidas, me exaspera que se nuble justo cuando llego a la playa, que un martes por la tarde sepa a lunes, que llamen mantequilla a la margarina y que los rabos de cucharilla Ikea se metan en los agujeros de sus escurridores.

Atar cabos (Lidia)

Atar cabos (Lidia)

Mucho antes de la época actual en la que la belleza es directamente proporcional al volumen de los labios, había en mi calle dos mujeres que nunca hubieran salido sin llevarlos pintados: mi madre y nuestra vecina Gabriela. Otro hecho singular era que Gabriela y los suyos, venidos de no se sabía bien dónde, eran protestantes en un pueblo de católicos convencidos o de pacotilla, pero católicos, todos.
Lidia —la hija menor de Gabriela— y mi hermana se pasaban horas jugando a la goma. Tensaban la cinta elástica entre el tronco del tilo más cercano a nuestras casas y los tobillos, las pantorrillas, las rodillas, la cintura... de la que hacía de segundo pivote. En más de una ocasión me habían propuesto que jugase con ellas, pero tener dos años más era razón suficiente para rechazar el ofrecimiento, sobre todo si se es patosa. 
Lidia tenía unos grandes ojos verdes, la tez muy clara y unas largas piernas desproporcionadas en su cuerpo de niña; sus movimientos recordaban los de los cervatillos al dar sus primeros pasos, pero pese a su aspecto frágil saltaba alto, muy alto. Siempre ganaba.

Cuando empezó a quejarse de dolores en la tibia derecha, se buscó en vano las señales moradas de un golpe y, cuando le fue imposible poner el pie en el suelo, mi hermana y ella doblaron con cuidado la goma y buscaron un hueco en el tronco del tilo.
—Aquí nadie la verá. Para cuando esté bien —dijo Lidia; luego dejó las dos muletas en una esquina del zaguán de su casa y se despidió.
Pero la cinta se fue cuarteando en el hueco del árbol, y Lidia y mi hermana nunca más pudieron competir a ver quién de las dos saltaba más alto. 
El día del entierro de la niña nos vestimos todos con colores oscuros y, por primera vez, vi a mi madre salir a la calle con los labios sin pintar. 
—Sería de muy mal gusto —me explicó.
Cuando en un silencio de paisaje nevado salió Gabriela detrás del ataúd, parecía haber encogido, fantasmagórica entre tanto velo negro. Sin embargo, al pasar a nuestro lado levantó la cara, y pudimos ver la mancha roja de su carmín; sus labios como una fina herida sangrante.
Miré hacia mi madre. Ella también estaba apretando los labios; sus labios como un reproche marmóreo, mientras yo ataba cabos sobre protestantismo, mal gusto y barras de labios.

Pájaros de cristal

Pájaros de cristal

Por las mañanas, si llueve, te digo que no podremos ir al parque, que sus bancos estarán mojados y que, por eso, habrán tenido que cerrarlo o... quitarlo. Pero tú, con tu chaqueta gris mal abotonada y una bolsa con pan del día anterior en una mano, me miras, el ceño y los labios fruncidos. Entonces te digo que vale, y del brazo nos vamos por el pasillo hasta la cocina, charlando del tiempo tan bueno que hace, y nos sentamos en la terraza acristalada entre el tendedero y una maceta, y empiezas a lanzar miguitas al suelo.
—Hoy no parecen tener hambre —observas extrañada. (Escrito para REC)

Entrevista

Entrevista

http://grandeslibros.es/cuestionario-literario-dominique-vernay/

Con una mochila y mi viejo iPod

Con una mochila y mi viejo iPod

No abras para mí ventanas en el hormigón ni pintes cielos de un azul imposible. No lances globos de colores ni recojas del suelo mi sombra; no es ropa sucia aunque tú lo creas, deja que tropiece, deja que me vaya. (Escrito para Viernes Creativos)

Como si nada

Como si nada

Hoy no sé dónde tengo la cabeza, pero no creo que nadie se vaya a enterar. En mi casa, por ejemplo, todos andan faltos de algo y van por ahí como si nada, como la gente entera: mi padre se levanta siempre sin ganas, las cosas que dice mi madre no suelen tener pies ni cabeza, y mi hermana que no tiene corazón se pasa el día burlándose del abuelo; yo le digo que no lo haga, pero ella me contesta que no es para tanto, que el viejo no tiene memoria. Hoy no sé dónde tengo la cabeza, pero no creo que nadie se fije en ello ni que a nadie le importe. 

(Escrito para Viernes Creativos)

Primavera negra

Primavera negra

Mi calle tiene muchas esquinas y, de vez en cuando, del asfalto de una de ellas brota un hierbajo. Entonces, siempre llega un loco o una loca que grita, ¡aleluya, es una flor!, y que corre a por un poco de agua; pero de poco sirve, porque enseguida otro tipo —o tipeja—, bien vestido y con aspecto de cuerdo, se suele asomar a la esquina para pisotearla, mientras asegura que lo que hay ahí no es ninguna flor, que no es más que un puto hierbajo que huele a mierda.

(Escrito para Relatos en Serie, inspirándome en The Wire) 

La becaria

La becaria

Sentado de cara a la pared don Fabio me mandaba traer las carpetas más pesadas del archivo. Luego, abría su fiambrera de espaguetis para poder, mientras comía, mirarme entrar desde el gran espejo que usaba como retrovisor.
La puerta de su despacho tenía una barra vertical a modo de tirador, y yo hacía auténticas acrobacias de baile en barra, para conseguir abrirla empujando con la frente, el codo, el culo... Don Fabio disfrutaba y, según se iba acalorando, los espaguetis se le enroscaban con más decisión en el tenedor, y se intensificaba el ritmo y ruido de su grasienta fruición. 

(Escrito para Relatos en Serie, inspirándome en los inolvidables Soprano)

Demasiado

Paseaba por la playa con mi marido cuando nos cruzamos con el quad de los vigilantes. Cada año hay más chicas entre los escogidos para velar por nuestra seguridad mientras nos bañamos, y preciso que esta constatación no quiere ser otra cosa que una simple constatación, como lo fue la de mi marido una vez pasado el quad.

-Cuando lo conducen las chicas no arman tanto ruido ni humo como cuando lo hacen ellos.

Los que no conocéis bien las playas asturianas no podéis haceros una idea de lo que es disfrutar de un día de sol sin viento, sin nubes al acecho y con el agua a diecinueve grados; es una delicia y uno sabe que no puede permitir que nada ni nadie se lo estropee. Por eso, cuando, a la observación de mi marido -y porque me sentía bien, de buen humor y que tenía ganas de reír-, quise responder "sí, tienes razón, será para no despeinarse" , y que no me atreví a pronunciar la frase, aunque estuviéramos los dos solos, aunque no fuese más que una broma, me cabreé y, de repente, sentí la arena demasiado caliente y el agua aún demasiado fría para mí.

LIBRO DE ENCANTAMIENTOS O PARECIDO

LIBRO DE ENCANTAMIENTOS O PARECIDO

Cuando llueve y que no puedes ir a la playa, te basta con un simple palillo de restaurante chino y, eso sí, mucha imaginación, para jugar a "Harry Potter" y pasártelo en grande. Luego, si además de la barita encuentras un antiguo misal escrito en latín, que hasta ahora y por tu corta edad no habías podido descubrir en la estantería de las cosas que no se pueden tocar, entonces no cabe duda de que estás de verdad en Hogwarts y de que eres el auténtico Harry Potter.

—¿Memedó, me lo dejas?
—Pues, no sé, es un libro muy antiguo y...
—Ya lo sé, es de encantamientos, mira...
Con el misal abierto en la primera página y la barita en alto, Hugo Potter lee con una seriedad de mago: «Omnium Sanctorum».
—¿Viste lo que ha pasado? —me dice maravillado—, cuando dices eso se levanta la cama. ¿Quieres intentarlo tú?

Insoluble

Insoluble

Insoluble

Yo no digo que me disguste que se haya rapado el pelo ni que todos le tengamos que llamar Walter. Tengo que reconocer incluso, que me encantó que diera su merecido al matón del cuarto que se metía con nuestro hijo, y que nunca olvidaré aquella noche en la que me supo querer de otra manera, ¿cómo decírtelo?… más a lo bestia. Pero, te diré una cosa, lo que de verdad espero de él ahora es que se ponga a cocinar.

(Para Relatos en Serie, inspirándome en "Breaking Bad) 

De mentira

De mentira

Nos seguimos lavando los dientes, sin cepillo ni pasta, mamá me peina sin peine... y jugamos a que hacemos muchas otras cosas. A mí me gusta. Mamá dice que así no se desdibuja la vida, que es como estar un poco en casa.

Lo único que hacía de verdad hasta hace poco era crecer. A cada cumpleaños mío íbamos a la esquina más tranquila del campo, me arrimaba a la alambrada, y mamá subía el trocito de cuerda que habíamos dejado un año antes cogido de un pincho. La última vez no hubo que subirlo y mamá dijo que no podíamos hacer como que sí, que estaba equivocada, que no se puede jugar a todo.

 

El lego

El lego

           —¿Te ha gustado?

            Se lo pregunta así, como si estuviesen en un cine y se acabara de encender la luz.

            —¿Te ha gustado? —insiste sin pudor alguno, con una mirada de niño mimado e impaciente pidiendo el último Lego para su colección.

            Pero a ella nunca le gustaron los niños mimados y menos aún después de una larga jornada de trabajo teniendo que aguantar a todo dios. El querubín sigue a la espera de un sí sensual y largo, espera algo que llevarse a los oídos para presumir ante los amigos y, de repente, la mujer se siente generosa y decide comprarle el puñetero Lego; solo tiene que fingir un poco más y, mientras le susurra un «ha sido maravilloso» de plástico, repite mentalmente la última frase de la novela que, esta mañana mismo, ha quedado abierta en su mesita de noche junto a un consolador y un pañuelo: «Era demasiado tarde.»

Fanfa y yo

Fanfa y yo

Un buen día se esfumó y no supe más de ella en diez años. Era mi mejor amiga, que no por nada se había ganado el apodo de Fanfa(rrona) en el instituto, y si por una parte su desaparición me dolió, por otra fue una especie de liberación; en aquella época yo no tenía nombre propio, todos me llamaban « la amiga de Fanfa».  

Trabajo de cajera en un supermercado y, aunque los jefes nos manden ser amables con los clientes, nos recuerdan que lo único que nos debe importar de ellos son sus manos; una vez comprobado que tienen los dedos necesarios para el trajín ese de sacar, colocar, recoger, buscar, abrir, cerrar... ¿para qué querer saber más? Y por esa razón no me fijé en Fanfa, hasta oírla decir al que la acompañaba «yo lo suelo comprar en otra tienda mucho mejor»; de la emoción tuve que sentarme en esos taburetes altos que tenemos las cajeras, pero que solo podemos utilizar en caso de muerte súbita. 

Después del montón de estupideces, que se suelen decir en esos tipos de reencuentros, quedamos —o quedó ella, no lo recuerdo— en vernos al día siguiente.  

—En el bar de siempre —me dijo. 

—Se quemó hace ya cuatro o cinco años —le contesté. 

—Pues en el de al lado —me dijo. 

—Vale —le contesté. 

—A la una —me dijo. 

—Vale —le contesté. 

Diez años son muchos años, o pocos, según y cómo se mire, y sentada frente a Fanfa y a una cerveza «de importación, riquísima» que me estaba sabiendo a rayos —yo prefiero las claras con casera—, tuve la extraña sensación de que se me iban encogiendo las piernas, los brazos, los dedos... a la vez que encogían también aquellos diez años.           

Mientras tanto Fanfa hablaba, hablaba... dándose "humos" como siempre lo había hecho y, cuando me quise dar cuenta, ya tenía ante mí al camarero presentándome el tique como un cura la ostia. Otra vez lo había hecho la muy puta, y me tocaba pagar.  

(Escrito para los Viernes Creativos de Fernando Vicente, foto de Silvia Grav)

Por detrás

Por detrás

He cambiado de peluquería pero... ni cambiando. A mí me gustaría encontrar una en la que cada butaca estuviera separada de las demás por un biombo o un murito, y no tener que ver los dedos de los pies de la señora de al lado, abiertos en forma de abanico y separados los unos de los otros con trocitos de papel de aluminio mientras se los van «amasuñando». No puedo evitar pensar que son como diez diminutos extraterrestres malvados que mandan información a una nave nodriza y que, con las pintas que tenemos, recibirán en breve la orden de aniquilarnos. 
Ya sé que son imaginaciones mías y que soy una malpensada, pero no me puedo creer eso de que las muecas que hace la peluquera cuando se acerca a mi —por detrás— para juguetear con mechones de mi melena, estirando, soltando, estirando, soltando... sean signos de verdadero interés por conseguir hacerme más guapa, y me pongo a temblar cuando entre suspiros y estalliditos de globos de chicle con olor a fresa me dice:
—A ver lo que se puede hacer.

Preparados, listos... ¡ya!

Preparados, listos... ¡ya!

Mi nuevo papá es un oso y mamá dice que le tengo que querer mucho. Mi otro papá, el primero al que tuve que querer, es un lobo. A veces los dos me están esperando a la salida del cole y se pelean por llevarme a casa. Mi primer papá es el más astuto, ¡tanto!, que creo que es un zorro disfrazado, y que, por eso tal vez, llama "zorra" a mamá. Sin embargo, se equivoca el zorro si cree que me va a convencer trayéndome regalos babeados. Así es que les dejo discutir un rato, y cuando me aburro de tanta tontería de "a ver quién lo tiene todo más grande", les mando echar una carrera y, según me dé la gana, me voy de la mano del ganador o del otro.
(Escrito para los Viernes Creativos de Fernando Vicente, foto de Kevin Peterson)

En su punto

Deja unos puntos suspensivos en remojo toda la noche aunque, al igual que con las lentejas, no está muy seguro de que sirva para algo. Lo que sí tiene más claro es que en el agua de remojo se solubilizarán suspense, duda, temor, ambigüedad, complicidad, sorpresa, ironía..., así es que no la tirará; sería desperdiciar lo mejor, por mucha flatulencia que luego le produzca.(Escrito para REC)

Puñetitas

Puñetitas

Deja unos puntos suspensivos en el cenicero que está encima del frigorífico, junto a dos aspirinas, un clip, un goma verde de manojo de espárragos, unas cuantas pelusas, un llavero, un botón de repuesto cosido a una etiqueta... 
—No los dejes allí —le dice su mujer—, que luego la abuela quiere echar mano de una aspirina, se confunde y se los traga sin querer. 
Pero él... ni caso; sabe que con uno solo que se tome no le pasará nada, con dos tampoco, y con tres... ¿quién sabe?
(Escrito para REC)

Lo que nos decimos

Lo que nos decimos

Viernes doce de febrero 2016, diez de la mañana. Abro el ordenador y entro en la web «Viernes Creativos». Diez y cuarto, no se me ocurre nada. Apago el ordenador y me voy a la compra: pan, leche, boquerones y medio kilo de fresones; tienen el mismo color que el vestido de la chica del cuadro, me digo, y la mujer con la que me cruzo ahora tiene su mismo aspecto cansado, lánguido, me digo también. La verdad es que yo me digo muchas cosas, pero cuando a las doce vuelvo a dar un paseo por la web de Fernando, aquella chica con su ramo de tulipanes en las manos sigue sin querer decirme nada. Así es que renuncio, y ella y su ramo se van desvaneciendo, mientras que de la pared y del suelo —confundidos en un mismo color deslavado— se va borrando la sombra masculina.

Una y media, me voy a preparar los boquerones. Al entrar en la cocina veo un tulipán rojo caído al suelo; por una vez no me digo nada, lo recojo y lo pongo en agua. 
—¿Y ese tulipán? —me dices al llegar.
(Escrito para los Viernes Creativos de Fernando Vicente, cuadro de Alice Wellinger)

Puto tanga

Puto tanga

Subir de nuevo a la habitación, cinco segundos; volver a dar un beso de esquimal a los niños al pasar delante de su dormitorio, otros cinco; una vez en el mío, desnudarme de cintura para abajo (botas y vaquero muy "slim" ambos), tres minutos; buscar a tientas (a estas horas «gloriosas» de la mañana más vale que él no me vea así) unas bragas más cómodas, dos minutos; total: unos cinco minutos que multiplico por dos... No, no puede ser, pillaría el atasco y llegaría tarde a la oficina, tendré que aguantarme. ¡Dios!, ¿por qué le haría caso?
—Anda, cómprate uno, es tan sexy.
(Escrito para REC, y gracias a wikiHow por la ilustración)